Ahí están y hasta se pueden cortar con navaja. Es la percepción a ras de tierra de panistas y morenistas de la actual elección norteamericana. Es un reflejo abajo, de lo que se vive arriba en las cimas del poder. En un mundo globalizado, el llamado “populismo” –es pertinente empezar por aquí– lo encontramos hoy hasta en la sopa. Lo mismo se da en los círculos altos de quienes ocupan el poder legítimamente por elecciones en regla que entre sus partidarios, repito, ubicados debajo de la pirámide, y es, a no dudar, un signo de nuestro tiempo, que además se despliega internacionalmente de manera alarmante y de la que hay que tomar debida nota ya que no es cosa menor. 

Los panistas se olvidaron del ancestral desprecio de los conservadores mexicanos por Norteamérica, que en tiempos añejos sonaban a Santa Alianza europea, restauración monárquica, y en tiempos de Manuel Gómez Morín, a esa derecha que representó en el país galo, Acción Francesa. 

Llama mi atención y me preocupa escuchar a no pocos militantes de MORENA expresar sus simpatías por Donald Trump en estas horas que se le han tornado tan adversas. Reconozco que una elección tan polarizada, sea cual sea el lugar importante del planeta donde acontezca, crea en las sociedades un estado dubitativo provisto de dilemas con la consecuente toma de alguna de las opciones. Si sucede en los deportes, porque no habría de estar en los sucesos políticos, sobre todo ahora que todo se cavila en la teoría de los juegos. 

Pero el problema es de otra índole e importancia: los 49’s de San Francisco y los Chiefs de Kansas City, o los Dodgers de Los Ángeles y los Rays de Tampa Bay pudieron ganar, y al final ahí quedan las cosas. Con las elecciones es diferente porque el que triunfa recién emprende la tarea y la continuará ya instalado en el poder. Me refiero al dilema de jugar con dos de sus principales versiones que se reconoce tanto en la historia de las ideas como en el campo más riguroso de la lógica. Se trata, por una parte, de dirimir una elección difícil entre dos posibilidades que suelen ser insatisfactorias o de alternativas en la que los términos conducen a un mismo desenlace o conclusión, y por lo tanto ésta termina por imponerse. 

“Joe Biden o Donald Trump”, es lo que se escuchó toda esta semana que concluye, y vimos a muchos morenistas y panistas decantarse por alguno de ellos. Escuché que decían: “lo mejor para López Obrador y su Cuatroté es Trump: ya se conocen, son parecidos, son amigos, antisistémicos y –¡oh, sorpresa que escuché!– le irá bien a México con el hombre ahora instalado en la Casa Blanca”. 

A los que oí, gente sencilla, no se hacen cargo de lo insatisfactorio de esto, y se alejan del sentido común de que sería una alternativa con condicionantes tales que terminarían imponiéndose negativamente para el país y el planeta; es obvio que ni remotamente son variables en las que se pueda influir por los sencillos militantes del partido MORENA, que también está en disputa para seleccionar su dirección nacional.

Mucho hay, además, de falso dilema. La política internacional mantendrá su curso, y sea demócrata o republicano el presidente de Estados Unidos, los intereses imperiales del poderoso país siempre tenderán a supeditar a México a su órbita, tal y como ha sucedido hasta ahora. Pero en la escena global, a la hora de valorar se deben reconocer matices concretos y en estos sobran los que ubican al republicano entre lo peor de las tradiciones políticas norteamericanas en materia de supremacía blanca, odio étnico, racismo, megalomanía que recuerdan a los peores emperadores romanos. 

Los que militan por una democracia genuina y más si lo hacen desde un partido político aquí en México, y más si son de izquierda o estén donde estén, han de esmerarse en el apego a otra lógica política, pero ésta no la vemos en la especie tratada en alguno de los morenistas sencillos que me expresaron sus puntos de vista. Al final no sirve poner en escenas aberrantes partidarismos en favor de Trump, en primer lugar porque el dilema no es para nosotros, aunque nos traiga consecuencias, pero sobre todo porque al asumir así estos temas se evidencia que se carece de un mapa de navegación en este tema fundamental, y ese mapa hoy está en manos de ya saben quién. 

Esto no quiere decir que debamos irnos al otro bando con Biden. Si así fuera, México no estaría mostrando músculo en este delicado asunto, porque hay toda una historia que se puede aducir al respecto. Al contrario, preocupa un deslizamiento a lo que en el país, con sobradas razones, no puede ser. Pero esto no ha parado ahí, también tiene una respuesta que nos hablaría, aparentemente, de un mundo al revés. Veo que muchas figuras con fama pública, adherentes o afiliados al PAN, por lo general ubicados en la derecha política, han convertido en ídolo a Joe Biden, como si fuera una extensión mexicana favorable a sus propósitos, no sólo en la arena internacional sino en la política interior. 

Si todo esto funcionara mecánicamente uno pensaría que buena parte de las plataformas del análisis político –al menos el tradicional– ya no funciona adecuadamente; pero, en realidad, de lo que se trata es de moverse, por los actores aquí comentados, a partir de una conseja consagrada: el amigo de mi enemigo es mi amigo, aunque ni en el mundo se les haga. Hay que marcar rumbos y tendencias. 

Para finalizar les cuento una historia, distante de ambas posturas: mi querido Carlos Marx fue redactor, en noviembre de 1864, de una carta de felicitación a Abraham Lincoln con motivo de su reelección como presidente norteamericano que fue aprobada por la Asociación Internacional de Trabajadores, conocida como Primera Internacional. En ella se puntualiza el carácter progresivo de la lucha contra la esclavitud. 

Los adversarios de Lincoln, cambiando lo que haya que cambiar, son los Trump ahora. En cambio, en aquellos tiempos y tomando en cuenta las raíces del PAN, sólo tenían ojos para las restauraciones monárquicas en boga en los tiempos de la Santa Alianza, que pronto quedó hecha trizas. 

Algo está pasando.