Así son las viejas inercias priístas, que por cierto vienen del porfiriato. Les cuento antes, para que se entienda mejor, un suceso que observé por los años en que era un mozalbete en Camargo. Llegó a este poblado Práxedes Giner Durán, oriundo de ahí, a esas alturas general divisionario muy influyente en el ejército mexicano. Su regreso fue después de comisiones importantes por todo el mundo. Lo entendió en un sentido: se convertiría en gobernador del estado a partir de 1962, así se murmuraba por todos lados, y lo confirmó el hecho de que hasta la Perla del Conchos fue a recibirlo Teófilo Borunda, a la sazón gobernador del estado que presumía de huracán y ya no llegaba ni a ventisca de desierto.

Este rodeo me sirve para explicar el rol que ahora juega Rafael Espino De la Peña en la política local. Hay ingenuos que piensan que estamos en aquellos añejos tiempos y creen que ya es el futuro mandón local. Él no pierde oportunidad de hablar de su cercanía con el presidente, de que es consejero independiente de PEMEX, que no cobra por ese cargo –sí, cómo no– y que se codea con priístas del corte de Patricio Martínez y otros aún más despreciables. 

Quizá por eso, al llegar a Chihuahua hizo sus remembranzas y hasta recordó al general Giner. 

Es lamentable que en todas las reuniones que se publican a través de las redes sociales, a las que les invierte muy buenos pesos, no le pregunten nada del desastre que hay en PEMEX, que es de lo que podría hablar, por obligación y deber público. 

Pero no, ese punto no se toca porque hay una serie de ingenuos que creen que llegó con todos los auxilios espirituales, la bendición de AMLO, la papal y hasta la de la educadora María Montessori. 

Por eso nos tropezamos a cada rato en Chihuahua.