Dos dudas se disipan con el reincorporamiento de Ernesto Ávila en el gobierno de Corral. La primera es que a pesar de su amistad con Denisse Dresser, que escribió “Capitalismo de compadres”, sigue los pasos del priísmo en materia de reclutar amigos; el otro que consagra su pertenencia a lo que se ha dado en llamar aquí la “familia feliz”. Para Javier Corral la amistad es una ideología, apoyándome en vieja idea de José Revueltas. 

Ernesto Ávila está impune por la falta cometida al auto asignarse, sin derecho alguno, un jugoso aguinaldo por menos de dos meses de trabajo de casi 103 mil pesos, a finales de 2016, recién inaugurado lo que se tildó de “Nuevo amanecer”.

Con candor impropio de militar dijo: “me dejé llevar”. Esta frase bastaría para haberlo descartado para cualquier cargo público posterior. Pero no. Esas prácticas no están en el corralato que ahora lo recontrata con un puesto para que se sepa que el gobernador es un déspota que cuando se equivoca vuelve a mandar y vuelve a cometer el mismo error. Como si hiciera falta, le hará compañía al otro compadre, Eduardo Fernández Herrera, y tendrá a su cargo “Proyectos especiales”. ¿Qué no sabrá Corral que en dos o tres meses se le acaba el corrido, como dicen en el rancho?

Esto es una burla para Chihuahua y un indiscutible hecho de corrupción e impunidad: habilitar a Ávila.