El estilo es el hombre

El Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ganó la presidencia de la República el 2018 con amplio margen para gobernar con la unión entre los mexicanos, para combatir la alta inseguridad pública, abatir la vieja corrupción, mejorar el desarrollo económico y la economía familiar, para generar más empleos y desplegar sus políticas sociales, para fortalecer la democracia y las libertades políticas, para robustecer el papel de México y  mexicanos ante el resto del mundo: son tareas sustantivas, amén de muchas otras actividades. Pero el éxito, frecuentemente,  se acompaña de otro resultado: toda victoria trae casi siempre algo de soberbia, algo de insolencia, y este gobierno, por desgracia,  se contagió muy pronto con esos males encarnados en el “estilo personal de gobernar”. 

La realidad es que México cuenta hoy con un  liderazgo emanado del populismo con esquemas atípicos en su forma de ejercer el poder. Una Presidencia casi itinerante por el país y centrada en la omnipresencia parlante del titular empeñado en ser el vértice central de toda, toda la vida política de la nación. Un Presidente que construyó su camino hacia el poder desde una postura ajena (así lo presume) al tradicional sistema de partidos y fuera de la “mafia en el poder”: una especie de outsider que anuncia el renacimiento del régimen político, la eliminación de vicios y corrupción que han inundado al país, por ello siempre  descalifica lo heredado  y  promete  rehacer todo de nuevo. De aquí su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) con un cometido moralizante de la vida política. Esta novedad demanda constante observación y vigilancia. 

A más de año y medio del gobierno de López Obrador, las funciones centrales atraviesan hoy por desórdenes, desviaciones  y retrocesos que es preciso reencauzar. Y por si algo faltase, a ello se han añadido desde enero del 2020 las complicaciones derivadas de la pandemia del covid-19. La situación demanda, pues,  un gobierno capaz, hábil para sortear, no evadir, las dificultades, porque las soluciones no brotan de “decálogos”, ni de estampas, ni de simples buenas intenciones parroquiales.

La función de gobernar en México, por desgracia,  transita hoy  por lamentables tropiezos. El Presidente López Obrador  exhibe un pasmoso desconcierto y banaliza la seriedad de los problemas. Lejos de concentrarse en reducir la inseguridad, o combatir sin excepciones la corrupción, o enfrentar con responsabilidad la emergencia  sanitaria, o atender con eficacia los problemas de la economía en severa crisis, el Presidente se  empeña en fomentar la división entre los mexicanos dividiéndolos arbitrariamente en “conservadores” y “liberales”, atribuyendo a los primeros una enemistad y a los segundos buenas intenciones. Aprovecha la mayoría de su partido en el ámbito legislativo para fortalecer su poder personal y  neutralizar o someter a los organismos autónomos y subordinar a sus designios a la disidencia, afectando así los avances en la democratización del sistema político. Todo con el  complaciente disimulo del poder legislativo.  

Cada «mañanera» juega a “tirar la piedra y esconder la mano”  e incita a perseguir a culpables previamente seleccionados. Es una “distracción” perversa pero pintoresca en la conducta presidencial que entretiene y deslumbra al amplio público. El Presidente señala a sus oponentes de “conservadores” y esconde así su propio conservadurismo. El Presidente López Obrador se encuentra anclado al “espíritu de asamblea” y no ha podido transitar al “espíritu de gobierno”, tal vez porque es un hombre con  ideas fijas, obeso de dogmáticas e inciertas verdades, arropado con dudosas certezas ideológicas e inundado de añejas  obsesiones personales.

El Presidente López Obrador mantiene y difunde su imagen como líder infalible, no retrocede, como caudillo invulnerable que no muestra debilidades y  por largo tiempo se resistió, por ejemplo, a usar tapabocas, cuando no lo desaconseja, ante el coronavirus. Tampoco se hace exámenes con regularidad y en la etapa del acmé de la pandemia reta al destino con giras a ras de tierra por los estados de la república. Un guía nada vulnerable y siempre inequívoco: ¿qué más pueden soñar los mexicanos para estos tiempos difíciles y complicados? Pero México necesita un Presidente que asuma sus responsabilidades, no un predicador itinerante.

Para rematar esa serie de desviaciones en su obligación de gobernar con responsabilidad, el 10 de junio de este año coronó su obsesión política con la imprudente e inescrupulosa presentación  de un documento anónimo que bosqueja un “Bloque Opositor Amplio (BOA)”, que resultó falso, y con eso intentó fabricar la existencia de un bloque  cuyo  “pecado”  sería ejercer el derecho democrático de disentir,  participar en la vida política y competir en las elecciones  (gubernaturas, diputaciones, alcaldías en el 2021). Vemos aquí al Presidente López Obrador dedicado a censurar y pervertir el juego democrático atribuyéndole  intenciones de dañar a su figura política. La realidad es que  exhibe su intento  de clausurar la competencia democrática, en lugar de promoverla. Vemos a un Presidente que, en su extravío como gobernante, percibe en la disidencia actos de conspiración en su contra, y en forma irresponsable desatiende las medidas para enfrentar el contagio del virus Covid-19, mientras miles lo padecen y otros miles mueren. La pandemia persiste y se agrava mientras el Presidente anuncia y anuncia la fantasía de estar superando semejante flagelo.

En suma, observamos a un Presidente obsesionado con sus caprichos y ocurrencias en el manejo del país, que descuida sus funciones centrales e invierte mucho tiempo en dividir a la población, en pelearse con sus críticos, en fabricar bloques de oposición para justificar los intentos de fortalecer su poder personal. Sus “mañaneras” son fuente inagotable  de nuevas distracciones. Este desvío exige que reoriente sus tareas y gobierne responsablemente. Es indispensable que atienda los problemas más serios del país en lugar de arrastrar a la nación hacia un enfrentamiento innecesario y peligroso, en lugar de entretenerse con pleitos diarios para estimular a sus seguidores.  En una palabra: que dedique su sexenio a gobernar con responsabilidad, que deje de operar como “Príncipe de la Discordia”, y se aleje de  la megalomanía, de la desmesura y los excesos, tentaciones propias del poder y su entorno, al alcance de la mano. 

Tenemos a un Presidente que desde el inicio de su sexenio afirmó que  él tiene el mando de la república, que no es florero, y ha estado, feliz, feliz, recorriendo el país luciendo su legítimo mandato sin advertir que “no es lo mismo llevar el timón que gobernar las riendas” (Ariosto), pues una cosa es  portar la banda presidencial y otra regir, conducir, guiar el desarrollo de una nación en armonía y equilibrada participación de todos los sectores sociales. Observamos a un Presidente carente de  soluciones adecuadas a los problemas esenciales (economía, salud, entre otros), mientras ante sus ojos se incrementa la inseguridad pública y se consolidan las bandas delictivas como “pequeñas soberanías” sustentables que amenazan con perpetuarse en el país. 

Observamos a un Presidente que privilegia sus obsesiones y ocurrencias, que simula gobernar para todos. Un Presidente que inunda a la población con discursos y chistoretes, que señala enemigos y denuncia complots, pero disimula la ineficiencia e incapacidad para gobernar con armonía y templanza. Simular y disimular ha sido su conducta diaria. Vive en un mundo ensoñado, al parecer inventado por una fantasía paranoica: un hombre envuelto en la tentación constante de pasar de las “verdades inciertas”  a las “falsas certezas” que mucho fomentan la imaginación  mesiánica y religiosa. 

Para garantizar que el Presidente cumpla con sus obligaciones constitucionales de atender los problemas graves del país (la economía en  crisis y el desempleo, la elevada inseguridad, la corrupción sin distinciones, transparencia en la aplicación de políticas sociales, la pandemia y sus efectos económicos y familiares….), es pertinente y legalmente permisible organizarse para centrarlo en el camino del buen gobierno que atienda a todos los mexicanos sin distinciones. Por ello son necesarios los contrapesos que limiten el poder presidencial con una representación equilibrada en el Congreso,  robustecer  la democracia  y evitar así el riesgo de fabricar a un tirano en México, pues con frecuencia esos poderes autoritarios y personales suelen iniciarse como “festivales de los deprimidos” (John Gray) que sienten por fin alcanzar la cima del poder. 

Esbozamos, pues,  algunos  comentarios y observaciones para la contienda electoral en el 2021 y etapa subsiguiente: 

1. Es importante equilibrar la representación en el Cámara de Diputados  y evitar que un solo partido (hoy MORENA) tenga mayoría absoluta y se obligue así a negociar. Fortalecer  al poder legislativo federal como contrapeso del Ejecutivo; que sea un  organismo de contención de  extravíos y desmesuras, y  reorientar al Presidente López Obrador hacia los problemas centrales del país. Es la unidad en propósitos, no la discordia social lo que México necesita.

2.  Privilegiar en las regiones el apoyo multipolar a candidatos con probabilidades de éxito para ganar gubernaturas y congresos locales.

3. Exigir a nuestro Presidente que atienda los problemas vitales del país, que cumpla con la Constitución y con la función para la que fue electo. Que gobierne como Presidente de todos los mexicanos, no como líder de facciones y de una nueva oligarquía. En su fortaleza está también su debilidad: fue electo como Presidente, pues que cumpla y respete la ley. En esto radica su fuerza y su flaqueza.

4. Evitar que la revocación del mandato, o la exigencia de su renuncia, o sus diarios exabruptos y denuncias del gobierno anterior, inunden  la contienda electoral del 2021. En su lugar, demandar que atienda los problemas centrales del país y se concentre en gobernar responsablemente, que suspenda su discurso lleno de hostilidades, que detenga la discordia social que ha venido promoviendo, inventando incluso ser víctima de complots y conspiraciones.

5. Rescatar al Presidente López Obrador de su raro “extravío” (menos avión presidencial y más atención a la pandemia del Covid-19, por ejemplo); dejar de gobernar por tanteos, que asuma la responsabilidad de hombre de Estado y gobierne para todos, sin distinción alguna. (20/Junio/2020).

6. No hay duda, por todos los medios posibles, el Presidente López Obrador intervendrá en los comicios del 2021, con sutilezas o sin ellas. Descalificar al Instituto Nacional Electoral (INE), intentar someterlo, es parte de la estrategia de imponerse en las elecciones. La realidad es que hay un arsenal de recursos para incidir coincidentemente en la campaña electoral 2021 y más allá: se perfila una dosificación político-electoral de los  casos de corrupción que desde hoy empiezan a introducirse en el escenario como el asunto Ayotzinapa, descalificando la investigación heredada y acusando al responsable de investigar. Se añade la extradición de Emilio Lozoya desde España acusado de corrupción como director de Pemex en el sexenio anterior y eso apunta a señalar a Luis Videgaray y eventualmente al expresidente Enrique Peña Nieto, en una palabra, la persecución de altos funcionarios como referencia mediática en tiempos electorales, más los que vayan apareciendo como el de César Duarte Jáquez, exgobernador de Chihuahua. Y así, las dosis irán apareciendo.

Tiene también el Presidente a su alcance el uso de posturas   antimperialistas para estimular el atávico sentir antinorteamericano (antiyanqui) en la población, aunque hoy sólo exhiba una curiosa sumisión (táctica, dicen algunos) a las groserías y caprichos de Donald Trump. El nacionalismo tiene sus vértebras centrales en la formación de identidades colectivas sustentadas en el lenguaje, etnia, itinerario, mitos fundacionales, sentimientos y emociones  compartidas, etc., y, arropado en estos ingredientes nacionalistas, el populismo añade la agitación por la igualdad social  y la “materialización” de la soberanía del pueblo en un líder que se eleva ante las viejas élites del poder. Este contexto también debe de  considerarse hoy en México.  

No obstante los deplorables resultados de la lucha contra la inseguridad pública, la ocasión puede presentar éxitos ocasionales que maticen sus continuos descalabros. Esto para enumerar algunos componentes de ese arsenal. El populismo mexicano, pues, tiene aún tela de donde cortar para exaltar a sus seguidores… Son recursos a explotar que deben valorarse en toda proyección de la contienda electoral. En cambio, la crisis sanitaria por la pandemia y los malestares en la economía muestran debilidades que demandan su análisis crítico.                                                                                       

7. La persona. La contienda electoral no es contra el Presidente AMLO, ni contra su persona. Es lucha democrática por las instituciones y no debe caerse  en la inercia presidencial de trivializar y cuestionar la función de esas instituciones. Con su habitual lenguaje dicharachero y provocador,  el Presidente  a diario arrastra hacia discusiones y debates que a veces ofrecen ventajas momentáneas a la crítica y descuidan la atención hacia  los intereses permanentes y fundamentales de la democracia.  Es una trampa  que oculta, que camufla el credo ideológico de un líder absorbente y dominante, camuflaje  que deberá sortearse en todo el sexenio, con mayor énfasis en la etapa electoral del 2021. Porque “con el poder se transforma todo. Es parecido al fuego voraz: atrae, consume, vuelve en cenizas. Casi no hay cosa que le resista, si es grande. Todo lo quiere tener sujeto. Pone por ley inviolable, el gusto” (Richelieu). ¡Su gusto!  

Y sobre todas las cosas (dicho esto por el máximo exponente del poder absoluto),  no olvidemos que “los hombres no son ángeles, sino criaturas a quienes el poder excesivo termina casi siempre por darles alguna tentación de usarlo” (Luis XIV). No sobra anotar aquí otras viejas advertencias sobre la, al parecer, insoluble debilidad humana ante el  poder, “porque el placer de mandar conduce a los hombres fuera de los límites de lo honesto y de lo justo” (G. Botero). Recordemos que “el deseo de dominio es un demonio que no se ahuyenta con agua bendita” (T. Bocalini).  Tales debilidades no están ausentes del panorama mexicano. Advirtamos pues que el  “estilo personal de gobernar” de AMLO es la sigilosa vereda del retorno a un presidencialismo unipersonal y autoritario, por ello hay que fortalecer instituciones y organismos de control de excesos: las elecciones permiten  esas contenciones. 

No olvidemos que el “estilo personal de gobernar” remite a las formas que una persona adopta para ejercer el poder y en nuestro caso el Presidente  López Obrador  está en proceso de concentrar  en sus manos el poder político sin permitir el desenvolvimiento de instancias intermedias y/o de contrapesos al ejercicio unipersonal del poder político. Por el contrario, el “arte de gobernar” refiere, notablemente, a la deliberación en los asuntos importantes, y tomar consejo de diversas fuentes y de otras personas no es signo de debilidad ni de limitaciones, sino evidencia la prudencia y solidez en la toma de decisiones. El Presidente de México deambula por los vericuetos de su “estilo personal de gobernar” y no lo vemos transitar hacia el “arte de gobernar”, pues en su óptica alejarse del “estilo personal” sería admitir que es un florero en Palacio Nacional. 

8. El discurso. El gobierno de López Obrador nació bautizado por él mismo como la Cuarta Transformación (4T) del país, atribuyéndole alcances históricos pretenciosos. Esta creencia es el primer eslabón ideológico de un discurso elemental con dos frentes sociales: el líder con su “pueblo bueno y sabio”, de un lado, y el resto de la población que no comulga con su visión, o es indiferente (los llamados “conservadores”, “neoliberales”). Para  ello el Presidente atiza la confrontación social desde las mañaneras y en cuanta tribuna y ocasión aparezca en su itinerario. 

Desde su privilegiada investidura, el Presidente abruma con su presencia mediática los siete días de la semana, mañana y tarde. Es parte de su ansiada impronta en la sociedad. Otros eslabones ideológicos impulsan sus acciones, por ejemplo: tiene aversión a la separación neoliberal entre el mercado y el gobierno, y se inclina por una economía con una Estado interventor y regulador como hace 50 años en México. Incomoda al Presidente la presencia de organismos autónomos que regulan aspectos de la vida económica y política, organismos independientes del Gobierno (Supremo Tribunal de Justicia, INE, Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), Comisión Federal de Competencia (Cofece), etc., y busca desaparecerlos o someterlos al  control gubernamental. La concentración del poder en su persona demanda esa sumisión. La verborrea del Ejecutivo apunta hacia esa meta.

El discurso presidencial elabora un andamiaje ideológico que cohesione a su alrededor a una amplia base social (los menos favorecidos, dice).  Se afana el hombre por desacreditar a sus críticos y califica como ataque lo que es crítica necesaria; se victimiza como el más atacado (pero disimula sus diarios insultos a quienes no están con él); difunde imagen de sencillez y de austeridad y se pasea entre la población: desciende del alto pedestal hacia los hombres comunes. En una palabra, engendra esperanzas, mesiánicas algunas, en amplios sectores. Pero hay algo más de singular interés.

9.  El partido. MORENA, cohesionado por la figura presidencial, es un amasijo de grupos y con variopinta ideología. Agrupa en general a descontentos con el régimen tradicional (PRI, PAN, PRD) y condensa un sentimiento amplio de cansancio con la corrupción, la desigualdad, la inseguridad, la injusticia, entre otras cosas. Se identifica ese conglomerado como la izquierda de hoy. Un personaje populachero, contradictorio, se ha erigido como el emblema de la cohesión y la transformación. Sectores sociales se entusiasman e incluso actores diversos que vienen de la izquierda tradicional (de inspiración marxista, o leninista, maoísta, castrista, o lo que hubiere). Los descalabros históricos del socialismo dejaron una izquierda “huérfana de la totalidad” (Claudio Magris), desamparada del totalitarismo, que hoy recobra bríos y siente avanzar hacia una transformación social, o que al menos tiene la oportunidad ahora. Encabezados todos ellos por su líder, a fuerza de repetir los sonsonetes ideológicos de su jefe van integrando un credo, un catecismo aglutinador de conciencias ilustradas por la figura del Presidente López Obrador. Es la faceta “subversiva” del nuevo estilo personal de gobernar que embruja a muchos y adormece a otros.

Así, pues, se ha venido instalando un discurso estatista, con simpatías hacia un Estado fuerte, autoritario, que demanda adhesión ante todo.  Difunde una especie de religión camuflada y sustentada por la fe en el líder envuelto en un espíritu doctrinario (humanista dice), como una aliada de la concentración del poder político autoritario en sus manos. Y se asoma ya el semblante borroso aún de una “tiranía dogmática” emanada curiosamente de un movimiento en pro de la libertad, la igualdad y de la democracia. 

El Presidente, con su repetitiva logorrea busca identificar un frente perverso y maligno, opuesto a la llamada 4T, cuya sola mención  despierte en el amplio público la sensación de una certidumbre emocional  que perciba maldad y odio en palabras como “neoliberal”, “conservador”,  y tantas otras del florido jardín tropical del hombre de Macuspana. Intenta así cohesionar una base social rehén de su inventiva ideológica. El Presidente percibe las diferencias de opinión ante las suyas como evidencia de conspiración en su contra. Es ese un estilo de mando intolerante y persecutorio de la discrepancia; un estilo de gobierno que demanda sumisión y servidumbre, algo muy alejado de la vida democrática.

Desde la privilegiada tribuna de la Presidencia, sin prohibir la libertad de expresión, el Ejecutivo, eso sí,  la censura y la asfixia con su abrumadora presencia en los medios; la sofoca,  y así inhibe ese principio central de la democracia que es la libertad de palabra. Son los afanes del demagogo. Esto es también parte del nuevo “estilo personal de gobernar” que debe analizarse, observarse con seriedad y firmeza.

En este escenario con un liderazgo vorazmente concentrador de las aspiraciones colectivas en una persona, cobra gran actualidad atenernos a este añejo y firme precepto liberal: “Si hay un principio cierto en política, es el de que no existe virtud en los gobernantes capaz de sustituir a las salvaguardias de la ley”.  (J. Bentham). Y esto es camino a seguir.   (9/Julio/2020). 

 10.  El estilo.  El estilo surge del orden y movimiento que se pone en los pensamientos,  el estilo, pues,  dibuja al hombre (según dichos del Conde Buffon). Si deshojamos los abundantes y floridos discursos,  advertiremos el sentido de ciertas decisiones, y en ese enorme escenario mediático que envuelve al Presidente encontraremos embozado al hombre real, al “rey desnudo” con sus íntimas aspiraciones; percibiremos al personaje que sin escrúpulo alguno  construye y avanza hacia una  concentración del poder político en manos presidenciales (meta política de la 4T). La naturaleza obsesiva de AMLO no admite retrocesos. Su persona es  respetable sin duda, pero discordantes sus metas con las reglas esenciales de las sociedades democráticas. 

Pero, además, en esos afanes va infiltrando una imponderable modalidad a su “estilo personal de gobierno” al ir paulatinamente subvirtiendo, contaminando  los valores tradicionales de las Fuerzas Armadas (devoción a la patria, a la nación, la cohesión nacional) con tentadores intereses materiales: construcción de aeropuerto, sucursales bancarias  y tramos del tren Maya; manejo de aduanas  y puertos; seguridad pública, etc., más lo que se acumule. De esta forma identifica los nuevos beneficios a los militares con su persona. 

En una palabra, junto al fervor patriótico de las Fuerzas Armadas, este Presidente va labrando una especial y nueva lealtad de estas Fuerzas  a su persona, al  hombre que ofrenda inesperados intereses en la administración del país. Introduce, pues, en este sector militar un riesgo de desviación que antes no existía.  Vemos entonces que el “estilo personal de gobernar”  muestra al hombre  edificando el andamiaje para ejercer, él solo, un poder presidencial altamente   concentrado en su persona  con débiles  o nulos contrapesos. Un poder legislativo equilibrado puede limitar ese escenario. Las elecciones del 2021 ofrecen esa oportunidad. ¡No desperdiciarlas!, es el llamado.  (18/Julio/2020).

11. ¿Con D o sin D?  Ser o no ser, reza el dilema: ¿Emocracia o Democracia?  Atravesamos al parecer por un fenómeno derivado de la democracia misma. La Emocracia (Democracia sin D) alude a la creciente influencia de las emociones, de las pasiones, en las conductas individuales y colectivas en la vida política  de las sociedades.  En la Emocracia las emociones mandan más que las mayorías y los sentimientos cuentan más que la razón. Cuanto más fuerte son los sentimientos, más fácil se pueden transformar en indignación y más influencia se adquiere. La Emocracia es una pasión ideológica llena de certidumbres incuestionables que rechazan la diferencia y promueven la identificación colectiva por medio de  emociones, de  sentimientos que  ahorren el “incómodo” oficio de buscar respuestas personales. El sentir por encima de colegir. 

La Emocracia necesita la  agitación constante de las pasiones en las masas y suele producir lamentables consecuencias: “Parálisis mental, pues ya  alguien  piensa por todos; parálisis política, pues el gran líder mesiánico ya actúa en ese campo a favor de sus subordinados, y parálisis de opinión, autocensura desmedida, pues el gran sacerdote opina con verdad y sapiencia sobre todos los asuntos con “una inteligencia superior”. “Obediencia y silencio, ignorancia y colaboración. ¡Vaya esperanza!” (palabras del poeta  Carlos Fajardo Fajardo).  Palabras que hoy retratan a México.

En nuestro país,  el Presidente,  en las “mañaneras” y en todos lados, fomenta en la población resentimientos, odios, descalificaciones, promesas, celebra éxitos pírricos; halaga sus pasiones, sus fobias, sus temores. El repetitivo discurso presidencial apunta a formar hombres crédulos en busca de certezas y rechaza a hombres que buscan entendimiento de la situación actual.  De esta forma asedia  AMLO la democracia real y se abroga el privilegio de  proporcionar en exclusiva soluciones a  problemas de la democracia real  y  desde el púlpito del jefe subvierte emocráticamente (con emociones negativas) la convivencia armoniosa de la sociedad. Cultiva así  uno de los retorcidos objetivos de la llamada cuarta transformación: el tránsito de la Democracia a la Emocracia. 

Siglos hace que Tomasso Campanella ilustró al decir: “Para adquirir y gobernar y mantener los imperios tres instrumentos son necesarios: la lengua, la espada y el tesoro”. Con ese lente, echemos un vistazo al México de ahora. Vemos cómo el uso de la lengua, del discurso, es muy prolífico en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador con sus llamadas “mañaneras”; que la espada (el ejército, la marina) se usa en múltiples tareas, como nunca antes actúa en la vida social y económica; y el tesoro (la hacienda) aplicada a las prioridades del Presidente en todos sentidos. He aquí  una sencilla guía del aforismo. Pero hay algo adicional.    

Opera una  incesante labor presidencial  para aglutinar y explotar  las emociones de las masas, del llamado “pueblo sabio y bueno”, para cultivar y manipular con demagogia  las pasiones. Ronda el ambiente una gran ambición del Presidente por trascender como algo especial y único en la historia; hay megalomanía, se padece y puede arrastrar a muchos a la embriaguez de las pasiones y las emociones favorables a su gusto. Ese tipo de cohesión social se enardece con las excitaciones del líder y puede llevar a riesgosos enfrentamientos. Como buen agibílibus, el Presidente viene tejiendo una identificación colectiva en torno a su discurso y su persona. Con sigiloso manejo emocional, teje la unidad ciudadana  en torno a la concentración del poder en sus manos, y alrededor de sus aspiraciones de gran  personalidad en la historia. Para lograr eso no hay escrúpulo alguno. Son las amenazas de la emocracia que inspira la llamada 4T (12/Agosto/2020).