Dictar un acuerdo como el 102/2020, llamado “decreto”, sin haberlo tejido muy fino para que un día después se acatara, es obra de la zafiedad de un gobierno como el de Javier Corral. No habían pasado ni doce horas cuando la protesta social estalló precisamente frente a la torre del orgullo, antaño llamado Palacio de Gobierno. 

Los dueños de bares y restaurantes ciertamente luchan por lo propio y de manera legítima, pero son la expresión de un malestar e inconformidad que va a ir creciendo progresivamente; para ellos hasta ahora no ha habido una asistencia real, al menos para palear la crisis. Pero eso sí, hacer de la política una grotesca obra estética es algo que se le da a este gobierno, que teniendo tan buenos salones en su palacio, opta por profanar una sede como Casa Chihuahua, exclusiva para eventos propios de la cultura.

Corral llevó ahí a los avales de su política errática, fallida, traidora, desintegradora de la república y puso en escena al farsante Eduardo Fernández Herrera, cuya destitución reclaman miles de trabajadores de la salud con los que se comprometió Javier Corral faltando a su palabra, como ya es su costumbre. Mucha parafernalia, barullo y nulos resultados, pudiera ser el balance, provisional ahora, definitivo mañana.

La novedad, colmada de chabacanería y que exhibe un manejo político inadmisible de la pandemia, es presentar a exgobernadores en calidad de avales. ¿Qué norma constitucional permite esto? La respuesta es: ninguna. En ese lugar debieron haber estado médicos, enfermeras, actores de la economía en crisis, y no la clase política prianista en un monólogo hipócrita.

Qué puede avalar Fernando Baeza, que le robó una elección a Francisco Barrio; un Patricio Martínez, que inauguró la era de la corrupción galopante; un Reyes Baeza Meléndez, que durante su gobierno permitió una cruel guerra calderonista que ha costado mucha sangre y no ha resuelto nada. 

O, brincándome al PAN, el mismo Francisco Barrio, que está ciego frente al desempeño de Javier Corral y no tiene capacidad para brillar por su ausencia, en un gesto de decencia para marcar su raya frente el usurpador de 1986. Aquí sí que cabría la pregunta: si ya los pusieron a avalar, ¿quién los avala, qué unidad pretenden construir, cuando desde el gobierno del estado se traiciona y maltrata a Chihuahua? 

No me extraña que los exgobernadores priístas se hayan hecho presentes, ellos jamás ofrecieron cosas distintas a las que hacen. En cambio, Barrio merece un reproche dirigido a un político complaciente, que ve el mal y no se arredra a alejarse del mismo, porque no comprendió que los políticos comprometidos con el estado y la sociedad tienen el decoro de decirle que “no” al partidarismo faccioso. Vaya forma de hacer pedazos un legado, por cierto, ya derruido. 

Si lo que he dicho fue un problema de fonética, lo quiero aclarar desde ahora: los invitaron a balar, por eso leyeron trozos de un mismo discurso como infantes de primaria, y creyeron que iban a avalar. En realidad, resultaron diestros en lo primero e inútiles en lo segundo. 

Mientras tanto, la inconformidad crece en la calle. No se arregla con decretos ni con acuerdos, menos cuando estrenan a un secretario de Salud emblema de la traición, del oportunismo y de la corrupción que se define también por nombrar para un cargo a alguien que no tiene la preparación, y que lo acepta para corroborar dicha corrupción.