El tiempo avanza inexorablemente. El tiempo electoral, además, lo hace de manera vertiginosa. Legal y formalmente el 1 de octubre inicia el proceso de 2021, la elección concurrente que tendrá una importancia regional superlativa, entre otras razones porque tal vez se entronice un continuismo materialmente delineado en los contenidos de la política que se le ha impreso a Chihuahua desde la óptica del PAN y el PRI. 

Por estar Acción Nacional ocupando la gubernatura y el predominio en el Congreso, más allá de los fracasos y contratiempos recientes, la oposición se ha de mover en dirección de desalojarlo del poder que hoy ocupa, en el que ha fracasado, y de lo cual es consciente buena parte de la ciudadanía que además se siente traicionada por un gobierno ayuno de voluntad y arrestos para estar al frente de la entidad. 

Un somero balance de los años transcurridos que han ido agotando el quinquenio habla muy claro de lo que tenemos y de cómo los viejos rezagos se han convertido en las mismas calamidades –o mayores– que las del pasado. La división de poderes, sin la cual no hay Constitución, es inexistente dado el intervencionismo descarado del Ejecutivo en el Congreso, en el Poder Judicial que continúa dócil a los dictados y que preservará en su seno a sus enemigos sembrados por César Duarte con la franca colaboración del PAN en su momento, lo que se sabe de sobra. 

Las instituciones que se crearon para el combate a la corrupción están divorciadas de la sociedad. Incluso me atrevo a decir que la sociedad no se ha enterado de que existen. El reciente escándalo en el Tribunal de Justicia Administrativa puso al descubierto lo que se sabía, sotto voce, de su actual presidente, Gregorio Morales, un abogado importado que juega en dos bandas: es juez y parte, lo que es inadmisible cuando tenemos en presencia lo que debe ser la justicia en materia de contencioso administrativo. El señor funge también como asesor del Ejecutivo, prácticamente desde que se inició el quinquenio, y ya sabemos lo que una circunstancia de este tipo significa en demérito de la democracia y la genuina presencia de jueces que ejercen el control de la administración pública, como en el ámbito de la investigación lo ha desarrollado el jurista español Eduardo García de Enterría. 

Javier Corral no ha tenido la más mínima autocontención para evitar la injerencia en estas instituciones, y si lo comparáramos con los gobernadores del PRI, se podría afirmar que los adelanta en el negro arte de pretender un poder omnímodo, sin hacerse cargo de que esa pretensión debe ir acompañada de trabajo y faenas de dimensiones grandes, lo que de suyo hace más grave el problema, porque lejos de encausarlos a la solución, va creando otros y otros. Pero no le importa.

A esto se suma la rijosidad abierta al interior del partido gobernante, que en su despliegue exhibe una pugnacidad enfermiza por hacerse del poder, sea en el continuismo o con nuevas cartas. Es un amor patológico que no augura un buen destino para la satisfacción de los intereses públicos de Chihuahua. 

Corral ha seguido la vieja práctica de culpar de todas sus desventuras al pasado, cuando fue electo precisamente para aportar alternativas de solución hacia el futuro. No ha sido empático con la sociedad, los recientes sucesos en el Sistema de Riego 05 lo muestran encerrado en su torre del orgullo, malhumorado, con la ceja levantada y buscando herejes en su propio partido. Esto debe quedar atrás. Y si del PAN surgió, como es evidente, con el PAN se debe ir en 2021. El partido azul ha demostrado tales debilidades que ya no lo acreditan para refrendarlo, no sirve ni hacia los estratos altos, y con los de abajo jamás ha estado: es más, su involución es patética. 

Empero, ¿es posible un nuevo proyecto para Chihuahua? Hay varios escenarios posibles a considerar. En primer lugar, reconocer que el viejo partido de Estado, el PRI, ya no se levanta de la cama donde lo postró, por sólo referir un dato, la corrupción con números astronómicos de Enrique Peña Nieto y del gobernador César Duarte, al que aquel presumió durante su sexenio. Pero si el PRI ha caído a niveles insospechados, eso no significa que no exista en la sociedad una corriente electoral que no encuentra acomodo fácilmente y que en perspectiva no se ve que se pueda sumar con todos sus activos al PAN; es un segmento electoral de importancia relativa considerable. Es probable que tenga una desembocadura, hasta cierto punto privilegiada hacia el partido de MORENA, lo que le daría un peso específico mayor ante lo invertebrado que se encuentra esta organización. 

Vendrán nuevos partidos, y aquí entiendo por nuevos exclusivamente los de reciente creación, porque algunos serán más de lo mismo que hemos tenido y no el augurio de una pluralidad que tenga la posibilidad de expresarse con mayor vitalidad y acojiéndose a la mejor visión que se pueda tener para sortear la crisis de dimensiones muy grandes, a partir precisamente del inicio del año electoral. 

Se ha hablado muchísimo de que los partidos políticos en México colapsaron en 2018, como queriendo decir que todos, salvo el que está en el poder federal. Un buen sistema de partidos es consustancial para transitar a la democracia, y en México esto ha sucedido de manera más que lenta para consolidarla. Quienes piensan que ese colapso es un beneficio per se equivocan el camino, si lo que se busca es una sociedad democrática y no una sociedad dominada por el monolitismo partidario. 

Si esta premisa es justa para extraer conclusiones válidas –tengo para mi que sí lo es–, los actuales partidos, exceptuando al PRI, al PAN y a sus satélites a sueldo, pueden ser el andamiaje de la construcción de ese nuevo proyecto, desde lo regional, fortaleciendo la vida democrática, arraigándose en la ciudadanía y en la sociedad civil organizada, y haciendo un trazo de acción de una nueva administración pública que haga de los instrumentos financieros del estado una poderosa palanca para salir de la crisis con equidad. Chihuahua, en materia hacendaria, ya no puede ser la tierra nutricia de los bancos, la dependencia de un poder central caprichoso, el asilo de una burocracia parasitaria con altos sueldos, y debe aspirar a considerar y decidir todo lo que concierne a un federalismo fiscal de nuevo tipo. Anhelar el poder para actuar cuadrándose al presidente de la república, o ser el simple pagador de cargas que no dejan capacidad de gestión para atender con autonomía las necesidades públicas, es mantenerse en los parámetros el añejo porfiriato y de los centralistas tiempos del presidencialismo imperial de los priístas. 

Se habla de que Chihuahua entrará en una coyuntura binaria: PAN o MORENA. Ya hablé del PAN, ahora lo hago del segundo. Tiene la fortaleza del manto que prodiga el gran poder, lo que no es poca cosa; pero tiene la debilidad de que sus actores principales que pretenden el gobierno del estado están enfrascados en los viejos mecanismos del poder que sólo auguran malos resultados, aún ganando. Me parece que está fuera de duda que los buscadores del cargo están en aprietos, no logran fundirse con la sociedad, en preludio de un cambio sustancial, y eso los debilita. 

Construir un proyecto de gran compromiso ciudadano, de apego al Estado de derecho, de diseño de una nueva economía para tiempos de crisis, de defensa de los recursos naturales e hídricos del territorio, de ejercicio democrático del poder, en fin, de considerar esta frontera con el poderoso Estados Unidos como una zona de resistencia para la viabilidad misma de la unidad de la federación, merecería, al menos, decantar una respuesta precisa: hasta dónde MORENA estaría dispuesto a transigir para amparar los altos intereses de Chihuahua, o ver las posibilidades que aún le quedan a una resistencia fincada en las candidaturas independientes con una visión global de competencia, lo que en este momento se ve difícil. 

Pero si en esta encrucijada no empezamos a plantear estos temas y a resolverlos con hondura y altura de miras, lo previsible es que continuemos como las mulas de noria: a vuelta y vuelta sobre un mismo tronco, pero sin salir del mismo lugar.