La capacidad de asombro, en nuestro país, no debe acabarse nunca y además está sometida a constante prueba. Lilly Téllez, una figurín en el periodismo y en la política, se hartó de la partidocracia; nos trata de vender la idea de que la Liga 23 de Septiembre ha influenciado nefastamente a López Obrador y, conforme a su lógica, no renuncia (la dieta es alta, la beca gratificante) y se pasa con todo y bártulos al grupo parlamentario del PAN en el Senado de la República; eso sí, teatralmente indignada y vestida de azul fuerte. 

Hay muchas formas de retornar al origen. La Téllez muestra una que difícilmente puede tener coherencia y mucho menos consecuencia con sus compromisos. Pero los Bartlett, los Lomelí y los corruptos que han ido apareciendo en escena, esos lo hacen de otra manera, anteponiendo sus intereses y prácticas a lo que se supone iba a ser diferente en una transformación de fondo cuyos contornos de certidumbre hacia el futuro no se ven. 

El síndrome Lilly Téllez –ojo, morenistas de Chihuahua– se puede presentar aquí en el estado con motivo de la sucesión gubernamental de 2021. Y no es extraño que pudiera desembocar en un expanista saltimbanqui como Cruz Pérez Cuéllar; o en un zedillista empresarial como Rafael Espino, que hora dicen que “sí” pero que a la Lilly Téllez mañana le pueden decir que “no”, que regresarán a abrevar de las aguas donde iniciaron sus carreras. 

Y no se trata de defender a ultranza posturas identitarias, pero sí de ratificar que al paso que vamos se está convirtiendo en ley el refrán que dice “por la víspera se sacan los días”. Es el fenómeno que está presente en una izquierda deslavada en la que la “militancia” a cualquier santo le quema incienso, o a cualquier santo se le inca. A esto llamo “el síndrome Lilly Téllez”.