“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Así se lee la aparente contradicción en la notable novela de Tomasi di Lampedusa, llevada al cine por Luchino Visconti. La frase corrió, es natural, con una suerte sorprendente en el campo de la política porque retrata estupendamente lo más oscuro de esta actividad: la simulación, el engaño, el oportunismo, la mentira al servicio de los que están arriba en la pirámide del poder y el privilegio de que permanezcan en ese sitial, recurriendo en ocasiones a un nuevo ropaje o a una simple máscara. Engaña y triunfarás.

En medio de una coyuntura compleja que todo lo afecta (salud, economía, cultura), pareciera que en Chihuahua no pasa nada, y que la política palaciega o de cenáculos cerrados se impondrá sin más para que el baile continúe bajo los acordes de siempre. Pero se aparentará un cambio. 

Es un juego perverso que pretende hacer a un lado la crisis, vadearla a como dé lugar, que la disputa electoral de 2021 pase a la historia como un reacomodo entre los estratos del poder de todo tipo y que el parte informativo se reduzca a cinco palabras: “¡Aquí no ha pasado nada!”. A eso le llaman “nueva normalidad”, aunque su olor a rancio y putrefacto castigue hasta los olfatos de los que padecen anosmia.

Hoy las posibilidades de hacer política están ubicadas en un lugar del que está ausente la ciudadanía. Es un club muy selecto en el que se reservan el derecho de admisión. Están ahí los del poder, los cenáculos de los partidos, los grandes empresarios capitalistas, los que asumen el vicariato de Cristo en sus iglesias, las trasnacionales que quieren el territorio de Chihuahua para sus fines estratégicos, la industria militar, y una minúscula baraja de políticos que codician el liderazgo para mantener eso que de manera elegante llaman “establishment”.

Hay que revisar esto y no perderlos de vista por la importancia que van a cobrar como actores en breve en la disputa por la gubernatura. Si revisamos bien los eslabones de esa oxidada cadena, a través de ese elenco político nos va a quedar más clara la trama de la tragedia que está por escribirse, que ya empezaron a escenificar los que dan por cerrada la manera que pretenden para que la tormenta que viene pueda ser superada sin naufragio. Esa es la ilusión de los poderosos.

Esa élite del poder tiene miedo, aunque no se perciba desde lugares distantes de la sociedad por la manipulación de la información que no acaba de ser un genuino derecho, con existencia cívica, de todos. Los que labran así el futuro fingen optimismo, creen que actuando la teatralidad del que se confía en una encuesta pagada y con resultados a modo ya resolvió todo y puede aparecer llegando a buen puerto, aunque eso lo sepa fallido del todo; o cubriendo esa “visión-misión”, como suele llamarle la bagatela empresarial. Pongamos otra que describo así: las grandes obras humanas siempre necesitarán de una dosis de optimismo, pero la única creíble en el Chihuahua de hoy es regresar a los orígenes de una idea de ciudadanía con hombres y mujeres libres, que sepa tomar en sus manos las riendas para llegar a su destino y fundar un estado nuevo. 

Pero no hablo de cualquier optimismo. Este ahora se disecciona de nuevas maneras para entenderlo a cabalidad. Lo hay complaciente, nefasto, que postula que un día todo nos va a caer del cielo y seremos felices para siempre. Pero lo hay condicional y es el llamado a ocupar un lugar ahora: se trata del propio de una ciudadanía que hace cuentas de todo aquello que es un haber, lo mide y sabe sus fortalezas que tiene, que aspira a convertir sus ideas en una fuerza material para desatar una gran ola de cambios; es el optimismo que busca todos los días herramientas, que construye, que no se desalienta y que sabe que nada llegará por ensalmo, con gran rapidez, de un modo desconocido y construido en la superstición. Es el optimismo que además se hace cargo de que los de arriba nunca entregarán su poder y sus privilegios si no es a través de una gran batalla.

Postulo y propongo que una nueva ruta es posible, que ya no podemos continuar con otro tramo perdido apostando por las mismas recetas y fórmulas, que siempre se nos venden por novedosas pero que son igualmente perniciosas. El gatopardismo en acción. Mediante este mecanismo, si es el que se impone a la fuerza en 2021, veremos, al igual que en la novela y en la película, cómo el futuro “mandón” muy pronto se perderá entre los añosos caminos de la Sicilia chihuahuense; y si la sangre llama, hay que integrarse a las raíces de esa sangre.

Y viene aquí un vistazo a pretendientes de uno y otro género, que nos permite brindar la oportunidad de ver el fenómeno con mayor nitidez, sobre todo porque los personajes ya tienen su historia y sus dotes histriónicos no confunden fácilmente. Hagamos la reseña, breve, aunque los expedientes sean voluminosos. Hoy me ocuparé de los que emplearán etiquetas partidarias, en otro momento de los “independientes”.

En el PRI, Graciela Ortiz columbra sus posibilidades desde su dacha en Majalca, pero aparte del lastre que le significa su añoso partido en el que empezó sus arreos en la etapa de la usurpación baecista de 1986, no podrá borrar las servidumbres prestadas a Duarte como su primera secretaria general de Gobierno, y a Peña Nieto como senadora levantadedos. ¡Cómo olvidar que a diez metros de su oficina asesinaron a Marisela Ortiz y no haya dicho, hasta ahora, ni pío! 

Por su parte Alejandro Cano qué le puede ofrecer a Chihuahua que no sea esa otra mezcla de negocios públicos con los privados, que es de donde viene. Él es un priísta del que cualquier panista podría enorgullecerse, y es astilla del palo duartista también. 

De Omar Bazán me espero, por ahora, para construir un juicio que Beltrones nos narre de alguna de las mil y una noches.

Al Este del paraíso, en el PAN, la señorita Campos Galván continúa enredada en las telarañas del duartismo. Ha hecho de la alcaldía de Chihuahua la fortaleza almenada de su partido. Autorizó todas las cuentas públicas de la etapa tiránica y contribuyó al desastre de las instituciones judiciales. Corral tiene engavetado un expediente de responsabilidades punibles en su contra, y por razones de partido no hace nada. “¡Ah, la familia!”, diría Don Corleone. Cómo olvidar aquella reunión, ya electo gobernador y ante un público compuesto por abogados, en la que dijo, con voz de tenor que alcanza el Do de pecho: “El reducto del duartismo va a ser la alcaldía de Chihuahua de Maru Campos”, cerrando la oración con el enfático “de eso no hay duda”, levantando el dedo índice en sincronía con una de sus cejas faciales, al estilo Calderón. 

Campos Galván representa la punta de lanza de una derecha ligada al proyecto empresarial. Sus obras públicas lo demuestran. Dice estar fuerte pero el plebiscito que perdió dos veces en su proceso pone en duda su arraigo y las limitaciones de su equipo, pero no le regateo que tiene pericia y un grupo compacto en constante acción que la coloca a la delantera en el campo azul. 

Un poco más al extremo del Este encontramos a Gustavo Madero. De él se sabe su papel y responsabilidades en el drama mexicano actual, que puede llegar a la candidatura sólo haciendo una poderosa pinza oligárquica. Para todo efecto práctico es un globo de Cantoya en tiempos de vuelos espaciales. Cuenta, para lograr sus fines, con Javier Corral, todo un lastre que no le permitirá despegar en cualquier escenario. Sabe mentar madres y pronunciar denuestos en momentos en los que se requiere pensar y demostrarlo.

En las columnas del Oriente hay un par que por más que se esfuerce jamás logrará, ni juntos ni unidos, representar una opción para la izquierda. MORENA está a prueba, se pregunta cuáles pueden ser sus contornos con un Cruz Pérez Cuéllar que estructuralmente es un hombre de derecha, saltimbanqui envidiado en el círculo político que lo rodea, que ha ido del PAN a la candidatura que le patrocinó César Duarte en Movimiento Ciudadano para fragmentar el voto y favorecer a Enrique Serrano. Si este hubiera ganado seguramente ocuparía alguna secretaría en su gabinete. Es, además, un político que le teme a la oligarquía local como al demonio mismo, como se demostró en una lucha que sostuvo de menos de veinticuatro horas contra el tráfico de influencias para impedir la malograda “Ciudad Vallina” en tiempos de Patricio Martínez. Sendas nalgadas o desplegados, uno de Vallina y otro de Terrazas, fueron suficientes para quebrantar su voluntad. 

Hoy se ha colocado en el Senado, favorecido por el caudal de votos que movió López Obrador en su momento. En su biografía está una cultura política que ha demostrado la práctica, a un tiempo, del fraude electoral interno en el PAN y el compadrazgo constructor de futuros al lado de Javier Corral. Compadrazgo que es odio ahora y nos lo quieren enjaretar para seis años. 

Nuevas reglas, viejas trampas. Así llega la posible candidatura de Rafael Espino por MORENA. Desarraigado de Chihuahua, business man, se presenta como el “amigo de López Obrador” que ya trae la constancia de mayoría en sus alforjas. Se autoentrevista y con mirada esquiva contesta el guión. Tiene una fortaleza: puede ir más allá de los coqueteos con los dueños del pueblo, pues es carne de su carne. ¿Izquierda? ¡Por Dios!

Aquí podría abrir un espacio para un aspirante de gelatina: Víctor Quintana Silveyra, expulsado del partido por el que aspira; es una extensión del corralismo en esta pugna. Se dice “hombre de causas”, pero esas causas suelen mutar; adora la sociedad civil, pero los cargos públicos le fascinan.

Con estos ingredientes se pretende montar la obra del gatopardismo chihuahuense. Todos, insisto, nos ofrecerán un cambio, para quedar en lo mismo. Pretensión de esa índole amerita una respuesta enérgica, ¿con desobediencia civil?, sí; ¿con rebeldía?, también.

Cuando así sea la “nueva normalidad” política, será un salto al pasado, y entonces se podría decir que estaremos mejor si regresamos a lo peor. Que no nos den gato por liebre.