Lo dijo Felipe Calderón: “Yo no sé si Duarte robó o no robó”. Luego da su versión de que sí le entró a la lucha contra el crimen organizado durante su tiránico sexenio. A mi no me extraña esa opinión, ya que tanto el expresidente como el exgobernador son astillas del mismo palo y adversarios complementarios en una vieja tradición que ha petrificado al partido decadente que un día fundó Manuel Gómez Morín, un ícono sin seguidores reales. Los que tiene son de pico, como el aún gobernador de Chihuahua. 

Dos cosas llaman la atención: que se diga ignorante de una corrupción que está a la vista de todos los mexicanos. Pudo haber dicho que ignora –todos lo hacemos– el destino de las causas penales. Pero su razonamiento no va por ahí y se desentiende de un tema nodal como la lucha anticorrupción, frente a la que él fue complaciente durante su mandato, ganado “haiga sido como haiga sido”. 

La otra, no menos importante, tiene que ver con el cómo encaró al crimen el tirano Duarte. Fue de colusión y entendimiento con los criminales. Tengo testimonios de cómo los fiscales se sentaban a la mesa con los representantes de los capos a planear el modus operandi, y sinceramente no creo que el expresidente usurpador lo ignorara. 

Habla ahora así por sus conveniencias, para auto justificarse con todo un libro, y quizás después de varias crisis de delirium tremens. Lo de Calderón son palabras que embonan muy bien en su boca y en su ceja levantada propia de los déspotas. Insisto que no me extrañan estas declaraciones. 

De alguna manera son una venganza contra su enemigo Javier Corral. Quién no recuerda la carta que éste le envió para defenderse porque Calderón lo llamó “cobarde”. 

Pero son de la misma pasta, tanto Calderón como Duarte y Javier Corral. Este último no tuvo empacho, después de sus denuestos retóricos a un expresidente a punto de entregar el poder, de asumir una candidatura nacional por la dirección de su partido a propuesta de Margarita Zavala, junto con su propio esposo y en la casa del singular matrimonio, que no se olvidan de Los Pinos y quieren regresar, al estilo monárquico, al poder.

En fin, lo mismo de siempre.