Al que le vino como anillo al dedo la pandemia es a Pablo González, el presidente del Tribunal Superior de Justicia, colocado ahí por sus habilidades camaleónicas (antes fue duartista) y por la imposición de Javier Corral que de los dientes para fuera se comprometió a respetar la división de poderes en Chihuahua. Pablo González dice que después de esta crisis sanitaria la justicia será otra; lo insinúa y a mí me permite hacer esta síntesis. 

En realidad no hay ningún hecho demostrado que tal cosa sea así, la crisis que azota al Poder Judicial desde hace buen tiempo y que se ha prolongado hasta ahora es grande y un gran reto que realmente no está ni en sus proyectos correctivos o reformistas y mucho menos dentro de sus capacidades. Él llegó a ese cargo para dos cosas: cumplir un anhelo curricular y aparentar que trabaja mientras se la ha pasado intinerante por la república desatendiendo lo que es su tarea central al frente de un poder esencial para el estado.

La realidad se va a imponer, no sabemos en qué plazo, pero es indiscutible que se va a requerir un Poder Judicial presente y fuerte porque las contradicciones de todo tipo van a aflorar y es probable que tocarán las puertas de los tribunales de diversos niveles, y para eso González lejos está de tener la preparación, la voluntad y la entrega que se requiere.