Conforme a la Constitución, no hay fueros; aunque a lo largo de los años hemos visto que la realidad dice lo contrario. De tal manera que cuando se aplica el principio válido, tocando a un miembro estamental de alguna casta, el suceso que lo motiva tiende a ser factor de escándalo, notoriedad, debate en la esfera pública. 

Es el caso que aqueja hoy al sacerdote Aristeo Baca, adscrito a la parroquia Santa María de la Montaña, en Ciudad Juárez, hoy preso  preventivamente en una celda por violación agravada y abuso sexual contra una pequeña niña. Lo aqueja a él, pero más a la sociedad. Es obvio que se le debe respetar el debido proceso y que goza de todas las presunciones inherentes del caso. Lo que es diferente a gozar de un fuero de intocable. En tal sentido, bien por proceder sin fijarse primero en la investidura, porque tal es un prerrequisito que  impone la igualdad de todos ante la ley. 

El caso dará mucho material para comentar; se suma a los cientos que tanto en el país como en el mundo aquejan a la Iglesia Católica por el comportamiento de sus clérigos, pero ya exhibe actitudes francamente despreciables: en primer lugar, invocar a la piedad para construir un chantaje moral contra la autoridad. En segundo, el olvido que los clérigos tienen por la niña víctima; para ellos sólo existe el cofrade en desgracia. 

Además, que los fanáticos salgan a rezar en oración pública por Aristeo Baca y pidan por su pronta liberación, y todavía más, que se le libere del cargo del que es objeto de procesamiento; que la “iglesia” cierre filas por el sacerdote y no alcance a distinguir, con fino bisturí, el lugar que cada quien ocupa, y la deplorable actitud que adoptó el señor Hesiquio Trevizo, que como dice una cosa, dice otra. Pero esa es harina de otro costal de la que probablemente me ocuparé en otro momento.

Todos los ojos puestos en el caso. No es para menos.