Si César Duarte vió las imágenes de destrucción del retrato de Marcelo González Tachiquín, seguramente imaginó la suerte que correría si en vivo lo entregaran en la Plaza Hidalgo de Chihuahua. Yo deseo para él un debido proceso, que se le castigue y que regrese peso a peso todo lo que le despojó patrimonialmente a Chihuahua. Insinúo que su deuda es mayor, pero no quiero abordar sobre ese tema, al menos por ahora. 

Hay coraje contenido, existe una deuda del gobierno actual por como orquesta todo esto. Hay justicia selectiva, y mientras Jaime Ramón Herrera Corral no esté sentado en el banquillo de los acusados, muchos vamos a descreer de los espectáculos corralistas. Pero no sólo el exsecretario de Hacienda; al lado de él hay otros como Pedro Hernández, que inexplicablemente continúan en la impunidad, no obstante que le gobierno actual tiene un voluminoso expediente que acredita sus desmanes y raterías. Ahí hay algo oculto que mancha con corrupción al mismísimo gobierno actual. 

Pero ya que hablamos de Marcelo, no podemos olvidar los crímenes que se cometieron con Pensiones Civiles del Estado y, si hubiera congruencia, alcanzaría a Sergio Martínez Garza, una especie de sicario político de larga data. En una de esas, como se dice coloquialmente, hasta una denuncia podré presentar.

Ficha policial de González Tachiquín.

Entre tanto, ha llegado a Chihuahua un movimiento iconoclasta que se ocupa de hacer trizas no precisamente a santos, sino a oscuros personajes como González Tachiquín, que en su delirio de grandeza hasta se permite increpar a los jueces con frases del corte de las que pronunció el corso, Napoleón Bonaparte. En su última incursión retórica le dijo al juzgador que le daban pena sus resoluciones. Creo que lo contrario será lo correcto: las penas que le impongan serán las que verdaderamente le calarán hasta los huesos. Vox populi, lo dice como un retintín. Por algo será.