La padecí el pasado viernes, alrededor de las nueve de la mañana. Había estado reflexionando a temprana hora sobre lo que sería mi columna dominical sobre la proyectada guardia nacional –disfraz militarista– del presidente López Obrador. Mi estado emocional, como es de suponerse, no tenía que ver con agua serena que corre por un arroyuelo. Para aprovechar el tiempo, cargué una mesa en mi coche para llevarla a reparar en una carpintería de la Calle Coronado y Venustiano Carranza, ubicada a unos pasos de mi despacho profesional. 

Descargarla no llevaba más tiempo que quince o treinta segundos. De tal manera que estacioné el vehículo a la puerta del taller, cuando observo que un par de guaruras adscritos a la custodia de la puerta que da al subterráneo de las actuales oficinas de la Fiscalía General, se me vinieron encima portando sendas metralletas y gritando que me moviera cuanto antes porque en ese lugar está prohibido estacionar vehículos. 

No escucharon razones. Estos “agentes del orden” saben que ahí no hay línea amarilla en la banqueta, no portan uniforme alguno que los distinga, de tal manera que fácilmente se pueden confundir con esos particulares que asuelan el país y que se conocen como sicarios. He de decir, en honor a la verdad, que de esa pareja el viejo me conoce, no así el mocetón al que en mala hora le entregaron un arma sumamente peligrosa y que, como es natural, se comportó brioso y grosero al tratar de intimidarme. 

Resistí lo que a mi juicio es una agresión, sopesé que no estaba corriendo ningún riesgo y con palabras breves los rechacé, mientras despavorido el carpintero tomó la mesa y se guareció en su centro de trabajo. 

Ciertamente mis palabras no fueron dictadas por la ética de las buenas intenciones que elaboró Kant, sino palabras precisas obtenidas del libro de Armando Jiménez Farías, autor a saber de la muy leída y publicada “Picardía mexicana”. Hay ocasiones en que el lenguaje debe ser preciso para que se entienda bien, más allá de toda sesuda reflexión semántica. 

Los guaruras de Peniche mostraron el rostro de la actual Fiscalía. La ciudad continúa teniendo un uso y abuso de privilegio para los funcionarios. Toda una cuadra, precisamente donde pasó el incidente, ahora la quieren hacer exclusiva de esa dependencia, que se ha mostrado muy por abajo de lo que se requiere en Chihuahua en procuración de justicia. 

Como en la época de Duarte, se mantiene la ocupación de las calles por los burócratas de cuello blanco. Se apropiaron primero de dos cuadras de la Calle Vicente Guerrero y una de la Libertad, limítrofes con el Palacio de Gobierno, luego Corral se ha apoderado con sus pick-ups de una franja por la Venustiano Carranza y sigue empleando como su cortijo la Plaza del Ángel. Al paso que vamos, no habrá espacio para la gente en esos sitios. Para cumplir ese cometido usan guaruras de pacotilla que, en realidad, no asustan a nadie. 

Dentro de todo este percance una lección queda, elemental si se quiere: uniforme a sus agentes, Peniche, porque si de mi parte sólo hubo palabras, habrá quien se confunda y se defienda conforme a las apariencias de sus cerriles agentuchos.