En todos lados y en muchos sentidos, hay leyes que están fuera de lógica y reflejan situaciones anacrónicas. Así permanecen hasta que aparecen casos que demandan una revisión sensata. México no es la excepción a ello.

Veamos ejemplos para ilustrar. En algunas universidades del país se tiene como requisito para ser rector no solamente ser mexicano, tener algún tiempo de antigüedad en su seno, sino incluso ser egresado de la misma institución. Con esto, el asunto se queda en casa y se cierra la puerta a académicos valiosos de otros orígenes. Se trata sin duda en una disposición arcaica que ojalá se deseche en todos lados. Antes, otro caso mayor, era requisito ser mexicano hijo de padres mexicanos por nacimiento para aspirar a la Presidencia de la República. Años atrás se modificó ese artículo constitucional (el 82) y así Vicente Fox pudo acceder a la primera magistratura en el año 2000, encabezando un gobierno malogrado.

Fueron pasos dados acorde a los tiempos modernos y para irse acomodando a criterios de actualización contemporánea, con énfasis quizá en los valores de la patria y menos en las exigencias de un nacionalismo ramplón.

Hoy la nueva administración que encabeza López Obrador (el fifitero mayor, hacedor de fifís a diestra y siniestra) se ha topado con uno de esos casos. Resulta que en la norma que rige al Fondo de Cultura Económica (FCE) es requisito ser mexicano hijo de mexicanos por nacimiento para ser director, y el seleccionado es el escritor Paco Ignacio Taibo II, quien no cumple ese requisito (anacrónico sin duda, pero vigente aún). 

Y como se trata de atender una decisión del líder de la llamada “cuarta transformación”, pues de inmediato se opta por lo más rápido y efectivo: modificar la ley para abrir las puertas al que será el nuevo director. Así de fácil. La ley a modo. Lo singular de esta decisión por agilizar una ley atrasada no es que esa opción se derive de una política de actualización de procedimientos, sino de la necesidad de satisfacer la decisión del líder. 

Allí donde las leyes dificulten los deseos del nuevo presidente, allí se decide cambiar la ley para hacer realidad sus orientaciones. En ese ritmo estamos entrando y con un poder legislativo sumiso, integrado por una mayoría de gustosos súbditos, de representantes que de hecho renuncian a su calidad de contrapeso del Poder Ejecutivo y acomodan sus facultades legislativas a los deseos del gran tlatoani.

No niego los grandes méritos del escritor agraciado, reconozco su sinceridad cuando nos advierte que poco sabe de la administrración de una editorial tan importante como el FCE. La crítica no va por ahí, simplemente que siempre me he opuesto –y esta no será la excepción– a reformar las leyes con dedicatoria, más en un escenario en el que ronda el fantasma del reeleccionismo presidencial. 

 

Está hoy sucediendo en México un viejo fenómeno asociado al ejercicio del poder y que formuló un pensador conservador en estos términos: «Somos partidarios de limitar el poder cuando son otros los que lo tienen; pero si somos nosotros quienes lo poseemos nunca será demasiado grande».

Esta es la divisa máxima de MORENA y asociados en el gobierno que comienza. Ya veremos hacia qué desfiladero nos encaminan. Por lo pronto avanzan hacia un presidencialismo altamente centralizado, sin contrapesos esenciales. ¿Y la ley? Acomódese al gusto del supremo fifitero.