No hay duda de que los genes de Manuel Gómez Morín no prevalecieron en la elección panista de ayer. Su descendiente –heredero del nombre– no alcanzó ni con mucho ni con poco a Marco Cortés, que será en el argot panista el “jefe nacional”. 

Es todo un despropósito querer desenterrar figuras fantasmales, ya que bien miradas las cosas el histórico Don Manuel no dio votos después de muerto. Histórico no sólo por panista, sino por muchas razones más. De tal manera que a partir sólo de ahí el pretender un resultado electoral favorable es desentenderse que los espectros nunca han sido buenos candidatos. Es algo así como aquel espíritu de Batopilas que hizo senador a Corral. 

Apunto aparte, hay que reconocer que Gómez Morín padre hace mucho es motivo de retórica, porque el PAN ha tomado rumbos insospechadamente contrarios a sus planteamientos, como se demostró cuando Madero y Corral apoyaron el “Pacto por México”.

En las escena local hay matices que permiten hacer una lectura más concreta: mientras Javier Corral organiza sus carreritas, se pelea con la prensa increpando a un joven reportero, y otras lindezas que no viene al caso mencionar ahora, la señorita María Eugenia Campos Galván hace política y gana donde debe ganar: precisamente en el centro neurálgico donde se toman las decisiones del tipo de la junta de notables que hizo a Javier Corral candidato a la gobernatura a principios del año 2016. 

Cierto que aquí pactaron que Rocío Reza asuma el cargo de presidenta estatal, pero la señora también conoce y lo ha demostrado, que sabe ponerse saliva en el pulgar y sentir por donde sopla el viento, en otras palabras, se da cuenta plena de que lo que perdió ayer Corral fue la brizna de poder que le quedaba para orquestar su propia sucesión. 

El epicentro de esa decisión ya no estaba en sus manos el sábado pasado, pero este lunes es inequívoco que ya sólo será objeto de las decisiones que van a superarlo. 

Quizá por eso su mal humor de ayer. Convencido estoy de que su muina no es que le recriminen la deuda, que al final de cuentas poco le importa por ser un gobernador ajeno a la administración pública y a sus dificultades concretas. Lo que le preocupa y mucho, es que ya le vieron el rabo de sus miserias allá donde le interesa: la antigua y legendaria Tenochtitlán. 

Por lo pronto, si queremos sacar a Chihuahua de la postración que viene, hay que armarse política e intelectualmente para encarar, desde una perspectiva ciudadana, a una derecha miserable, cosmética y corrupta representada por María Eugenia Campos Galván que  aprovecha sus días y la institución municipal para su campaña a un poder fundamentalista que Chihuahua no merece.