Chihuahua se conmovió con el crimen de la niña Camila. No es para menos. A lo largo de las dos últimas décadas hemos visto este tipo de horror infernal. No viene al caso hacer una reseña en medio del gran dolor que nos golpea a todos. 

Este crimen es una señal a la vera del camino, un signo de interrogación que nos abarca a todos, quizá más a unos que a otros, cuando ponemos en la mira al gobierno y al estado. 

Empero, no es esa mi preocupación. Me preocupa que después del estremecimiento los gritos desgarradores, las palabras que se dicen al calor de los hechos para olvidarse después, continúe siendo una expresión más del gran malestar con la cultura que tenemos y que nos agobia. Decimos “nunca más”, pero no unimos la palabra a la acción. 

¿Hasta cuándo?