Ayer escuché una entrevista radiofónica del dirigente de MORENA en Chihuahua, el señor Martín Chaparro, al ser cuestionado sobre el movimiento de ProVida en contra de la interrupción legal del embarazo. Se salió, como suele decirse, por peteneras. El tema es el temor de los partidos, por el riesgo electoral que les significa y por tanto lo evaden de mil formas, demostrando incongruencia, disfrazada de un supuesto respeto a los derechos que merece respuestas concretas, claras, precisas, distintas.

El matiz que Chaparro le dio fue vergonzosamente partidario. ¿Por qué? Respuesta sencilla: la alianza que tienen con el PES, el partido evangélico que en los hechos le está heredando ya al país innecesariamente Andrés Manuel López Obrador, no obstante el origen de esa organización en las oficinas de gobernación de Osorio Chong.

A la vista de lo que acontece en Brasil con la inminente llegada de Bolsonaro a la Presidencia del importante país sudamericano, bien vale la pena leer el reciente artículo de Bernardo Barranco en el que concluyentemente afirma:

“Finalmente, en México los grupos neopentecostales conservadores también han crecido y en 2018 tuvieron un ensayo político de envergadura, pues se aliaron a MORENA. La iniciativa resultó contaminada, pues el PES tiene más diputados que el PRI y PRD, pero no alcanzó su registro. Ahí están, desafiando la tradición laica del Estado mexicano. El espejo brasileño conlleva grandes lecciones políticas y religiosas”.

Así las cosas, el tema nodal del aborto y su agenda conexa que alcanza matrimonio igualitario y hasta la eutanasia, se abordará en la nefasta lógica de las razones de partido, cuando no en una consulta para ver qué se hace con lo que Chaparro tildó de “minorías”. Malos tiempos para los derechos humanos de las mujeres.