En octubre de 2016, al inicio del gobierno corralista, se nombró a Pablo Cuarón para encabezar la secretaría del ramo educativo, importante como bien se sabe. Se optó, en la decisión por una simetría orientada hacia la partidocracia, la afinidad que da la amistad, es decir, ausencia de raíces ciudadanas, favoreciendo lo empresarial, privatístico, clerical y de marbetes claramente de derecha conservadora.

No se valoró la reserva social que existe en ese ámbito, para abrirle los espacios de dirección más elevados. Se actuó de manera semejante a un pasado obtuso y nefasto. Los resultados están a la vista: Cuarón tuvo que hacer maletas para irse a sus ferreterías, a sus negocios, al espacio a donde se mueve como pez en el agua.

Toma el timón Carlos González Herrera. No voy a ocultar que reconozco en su amistad un estímulo que me ha alentado a lo largo de los años. Académico de cepa, universitario intachable, científico social con obra publicada que lo respalda y con el buen trato que caracteriza al funcionario público abierto al diálogo. No está en ningún extremo, sabe del arte de la moderación a saber una virtud generosa que favorece a los auténticos demócratas.

Esta columna no acostumbra practicar la política de una de cal por las que van de arena, o al revés, una de arena por lo que va de la corrosiva cal. Hablo del hombre, tengo en cuenta las circunstancias en las que se moverá y que no son, de ninguna manera, fáciles. En particular, la visión que se tenga en la reforma educativa se juega buena parte del futuro del país. González Herrera lo sabe, conoce pros y contras, las fuerzas proactivas y las reactivas. Está, además, en el ámbito de sus atribuciones directas reorientar la conducción en el Colegio de Bachilleres, donde se necesitan cambios estructurales, al igual que en la centenaria Escuela Normal del Estado, por poner un par de ejemplos.

Tengo para mí que al valorar personas como Carlos González, muy poco o nada significan sus desempeños anteriores en la vida pública de la entidad, más en una realidad en constante transformación, transición y reforma.

Lo más delicado a sortear, el reto que tiene el nuevo funcionario ante sí, a mi juicio, es la falta de visión de Estado de su jefe, por una parte, y la abulia que lo caracteriza dentro de la vida concreta –el día a día– de lo que es una administración pública, ausencia que lastra lo que se ha dado en llamar un amanecer de Chihuahua, raro porque hasta ahora ni la niebla ni la oscuridad se han disipado.

Muchos regímenes en la historia, cuando entonan el canto del cisne, llaman a hombres notables para remediar los males que adjudican a los tiempos.