El futuro nombramiento del auditor del estado continúa por la senda de las decisiones tradicionales: marcadas por la divisa de que todo, en esta materia, quede en familia. El viejo anhelo de que el auditor sea diferente del auditado está lejano.

Hoy circulan los nombres de Armando Valenzuela Beltrán, Héctor Alberto Acosta Félix y Luis Raúl Olivas, como prueba irrefutable del gatopardismo que azuela a Chihuahua en esta asignatura y en casi todas.

Los nombres traen historias concretas y están en boca de todos, precisamente por ese pasado. Baste recordar que, para señalar sólo el caso de Valenzuela Beltrán, actual titular, brotó de las entrañas mismas de los íntimos amigos del gobernante, y no podemos olvidar que fuera su tesorero particular en la campaña corralista de 2004. En otras palabras, que me auditen mis amigos al más puro estilo del pasado priísta que sólo se combate, en esto, empleando lo que se llama la experiencia de la casa: el jarabe de pico.

En cuestión de auditoría gubernamental, más allá de lo ceremonial y decorativo, no salimos de la condición del burro de noria: se dan vueltas y vueltas sobre un eje, para quedar exactamente donde mismo.