El futuro nombramiento del auditor del estado continúa por la senda de las decisiones tradicionales: marcadas por la divisa de que todo, en esta materia, quede en familia. El viejo anhelo de que el auditor sea diferente del auditado está lejano.
Hoy circulan los nombres de Armando Valenzuela Beltrán, Héctor Alberto Acosta Félix y Luis Raúl Olivas, como prueba irrefutable del gatopardismo que azuela a Chihuahua en esta asignatura y en casi todas.
Los nombres traen historias concretas y están en boca de todos, precisamente por ese pasado. Baste recordar que, para señalar sólo el caso de Valenzuela Beltrán, actual titular, brotó de las entrañas mismas de los íntimos amigos del gobernante, y no podemos olvidar que fuera su tesorero particular en la campaña corralista de 2004. En otras palabras, que me auditen mis amigos al más puro estilo del pasado priísta que sólo se combate, en esto, empleando lo que se llama la experiencia de la casa: el jarabe de pico.
En cuestión de auditoría gubernamental, más allá de lo ceremonial y decorativo, no salimos de la condición del burro de noria: se dan vueltas y vueltas sobre un eje, para quedar exactamente donde mismo.
Por la paz os pido que expandamos el espíritu, para ser los verdaderos filósofos, los amantes y exploradores de tesoros: justicia, imparcialidad, bocados de la libertad y ser los primeros en poseer los requisitos necesarios para comprender lo que por XXI siglos nadie ha comprendido. Tengamos la honradez a flor de piel, poseamos el instinto y la pasión por la rectitud, seamos íntegros y denunciemos toda falsedad; es más, declaremos la peor de las guerras a toda mentira para salir airosos de la última ola de Alvin Toffler, aunque en ella nos vaya la tranquilidad. No seamos vulgares ante la presencia de la cuarta transformación, y no distorsionemos la verdad para que las acciones de la razón no sen usurpados por meros actos maquilados de la fe. Estoy hablando de hace XXI siglos.