Cualquier ciudad del país y del mundo puede tener como una enorme distinción y orgullo contar en su espacio público con una escultura de Manuel Felguérez. Es uno de los grandes artistas, escultor y pintor, que ha nacido en nuestro país. Octavio Paz, en su calidad de crítico de arte, dejó dicho que los objetos de Felguérez “son proporciones visuales y táctiles: una lógica sensible que es asimismo una lógica creadora”.

Aquí en Chihuahua, a un costado de la Quinta Gameros, se encuentra sobre un montículo abandonado una escultura del notable creador. Forma parte de un corredor escultórico hecho con prisa y demagógicamente para apuntar en el chorizo de Maru Campos –perdón por el término propio de un billar– una obra pública para el mayor relieve de eso que corresponde a los políticos con la enfermedad de “culturitos”. Esta columna hizo sugerencias para que ese corredor realmente lo fuera, sirviera a la promoción del arte público y urbano, más cuando las firmas de las obras son de notables.

Desoyendo algunas voces, Maru Campos se apuró, acumuló cemento y grava, picos y manos de chango, y ya tenemos un “corredor”, que es verdadero adefesio como obra urbana: la gente pasa por las escultura sin verlas, porque no se ven, o bien, estimándolas como piezas de utilería de la infraestructura urbana, como si fueran sostenes de bicicleta o postes para detener carpas. Pero la señorita quería que las cosas se hicieran rapidito, en un afán de notoriedad que a la comunidad no le sirve, y, si me apuran un poco, tampoco a ella. De los autores de las obras no se sabe absolutamente nada.

 

 

De entre todas las esculturas la de mayor relieve es la de Felguérez, por eso se le escogió el mejor lugar en el corredor: a un lado de la joya arquitectónica ya señalada. Empero, el lugar luce absolutamente descuidado, el montículo que se hizo exprofeso es un muladar, y lo que se suponía iba a ser un tapete de césped siempre vivo y siempre verde, no pasa de ser un erial que de paso afea la esquina en su totalidad.

En una tarde de ocio y de regodeo de la mala leche que recomienda el gran historiador Daniel Cosío Villegas a toda pieza periodística de crítica, tomé las fotos que a continuación se exponen, para que juzgue libremente el lector mis palabras.

Contra lo que dice Paz, para Maru no hay proporciones ni visuales ni táctiles, salvo que los muladares encuadren en esas categorías. Pero, ¿qué culpa tiene Felguérez?