A la burguesía porfiriana se le cuestionó por sus imitaciones, grotescas, a los estilos y modas reinantes en la Francia de la Belle Époque. Siempre los de arriba, más si no traen linaje, suelen inclinarse por lo exquisito, lo bizarro, lo que los desintegra de su comunidad en aras de hacerlos resaltar. Así, a Javier Corral le da por jugar golf y tenis. Seguramente buenos deportes, pero escogidos por su distinción elitista. No cualquiera.

Ahora la novedad, alta nota de socialité, es que en los viñedos Cavall 7, de Jaime Galván, se congregaron los equipos high lifeque juegan polo, un deporte ecuestre que se remonta cientos de años atrás, pero que alcanzó a las élites dominantes a partir de que llegó a Inglaterra con el famoso encuentro en Hounslow Heath, en 1869.

Se confirmó desde antes, pero sobre todo a partir de ese año, que el polo es un “deporte de reyes”. En nuestro país la práctica del polo ya rebasa el siglo, pero se debe a la acción del general Joaquín Amaro Domínguez, el todopoderoso militar callista, que institucionalizó al Ejército mexicano que el polo se estableciera definitivamente y dejara de ser exclusividad de la casta parasitaria del Jockey Club porfiriano. Pasó así a ser deporte de los nuevos militares de un ejército con orígenes populares, pues no olvidemos que la lucha contra la ursupación huertista fue derrotada quebrando al ejército federal, que dio paso al constitucionalista, que con altas y bajas llega hasta nuestros días. Ahora el polo recorre el camino inverso: ha regresado, en términos amloistas, a la sociedad fifí.

Un empresario, como lo es Jaime Galván, ligado fuertemente al duartismo, no se podía quedar atrás y seguramente escuchó de su ancestro Félix Galván López, divisionario que ocupó la titularidad de la Secretaría de Defensa Nacional, que jugar polo permite acercarse al mundo de los negocios; y fue así que congregó equipos notables, costosos, en una disputa de alto nivel de competencia en su rancho “Halcón”, donde el Grupo Olea se alzó con el galardón mayor de la Copa BMW Internacional de Polo, ni más ni menos que en los campos florecientes de viñedos, de donde se extraen los caldos para Cavall 7, que además se etiqueta con el signo de un caballo negro.

Al empresario Jaime Galván, protegido y protector de César Duarte, que se destapó como promotor de un banco financiado con las contribuciones de los chihuahuenses, no hay duda que de casta le viene al galgo ser rabilargo. Es decir, largo, largo, largo.