La muy típica ex-comunista Amalia García Medina renunció, de último momento y de cara al primero de julio, a su militancia en el PRD, partido que le prodigó cargos –entre ellos la gubernatura de Zacatecas– y del cual también fue su presidenta nacional. El significado de esta renuncia es, a no dudar, emblemático de la cercana extinción de ese partido, que surgió bajo excelentes auspicios para convertirse en una institución democratizadora del país. Una historia malograda, lamentable también.

García Medina insinúa que se tomó su tiempo para reflexionar esta decisión. Pero tomando sus declaraciones a pie juntillas, se podría pensar que ella se retira porque el PRD ya no es lo que fue y se desentendió de sus ideales. Justificaciones puede haber miles, y en la especie encontramos un tufillo de autojustificación ya que, en esencia, si eso sucedió fue, entre otras causas, debido a comportamientos políticos como los que caracterizaron a la zacatecana, que ahora nos refresca la memoria con su vieja militancia, aunque pocos motivos haya para enorgullecerse de eso.

Amalia García en el PRD militó siempre a cuenta de los cargos que podría alcanzar y alcanzó muchos, prodigándole a su séquito y por mayoreo, cargos burocráticos y congresionales. Su talante fue, de principio a fin, de extrema facciosidad y contribuyó a la crisis terminal que se advierte en el rostro de un PRD que está a la cola de la derecha panista. Eso es, en esa historia, lo que ha de recordarse, a reserva de cómo se enganche después del resultado electoral del domingo que viene.

Probablemente pensando en estas razones, Porfirio Muñoz Ledo calificó a Amalia con el mote de “Anomalía” García.