Circula, a través de las redes sociales, un promocional de Napoleón Gómez Urrutia, el candidato senatorial de MORENA, mediante el cual se hace un amañado relato de la vida de los trabajadores mineros desde la época precortesiana, la Colonia, el Porfiriato y lo que sobrevino después mediante el corporativismo que aún golpea las posibilidades de la democracia mexicana.

No viene al caso hablar de cómo los cadáveres de la nobleza azteca eran adornados con oro y plata, siguiendo una liturgia funeraria que se acabó con la llegada de los españoles. No tiene caso.

Empero, lo que sí tiene, y además pertinencia, es cómo el hijo narra las glorias del papá Napoleón Gómez Sada. Relata las andanzas del progenitor a su entronizamiento como máximo líder charro de los mineros a partir de 1961, convirtiéndose en uno de los jefes del priísta Congreso del Trabajo; diputado, senador, priísta de pura cepa, que ejerció un esquema gangsteril de dominación en un poderoso gremio, como lo ha sido el minero.

Tan era charro que a su muerte nada le costó a su hijo, conocido como Napito, escalar un cargo sin siquiera ser trabajador minero en ninguna parte. También él se benefició, antes, del poder de su padre, para ser nombrado director de la Casa de Moneda de México.

Ahora resulta que es un héroe, antiimperialista, anticapitalista y demás pamplinas que le ponen, para presentarlo como candidato.

Más allá de un pragmatismo político que ha llevado a Andrés Manuel López Obrador a pactar con personajes de esta ralea, está una historia negra que difícilmente se puede pasar por alto. Nadie la borra.

Napito exhibe premios, reconocimientos, se auto entrevista –lo que quieran y gusten– pero eso no lava los agravios. En el caso de la mina Pasta de Conchos sin duda que los empresarios capitalistas tienen una responsabilidad de primer orden, mayúscula e ineludible. El que esto escribe propuso un punto de acuerdo en el Congreso de Chihuahua para solidarizarse con las familias mineras victimizadas en las minas carboníferas.

Pero esos dolorosos sucesos también ocurren por la ausencia de un sindicalismo fuerte, auténtico y presente en la defensa de los trabajadores. Hoy mismo, las condiciones de higiene y seguridad en la minería, con el sindicato que sea, siguen siendo de alto riesgo y peligrosidad. Sólo que, en el caso de Napito, nos quieren poner a comulgar con ruedas de molino. Napito es una excrecencia del charrismo y una herencia de su padre, que claramente nos habla de que los charros sobreviven a su muerte.