En Chihuahua se padece ausencia de gobierno y, si me apuran un poco, de Estado. No pretendo introducirme a un tema de ciencia política o de sesudo análisis. No es el espacio y quizá poco podría contribuir desde esta columna. El hecho es que el territorio chihuahuense vive tormenta tras tormenta, a una crisis se suma otra y otra y los instrumentos del Estado y el gobierno no se presentan, dando lugar a un vacío profundo, que tarde o temprano pueden devastar la estructura misma de poder político existente.

Estamos cargados de conflictos, ante nulas soluciones. Se que detrás de los mismos puede estar la tentación represiva, pero esa sólo serviría para agudizar más y depredar al gobierno de Javier Corral. ¿Hoy dónde está la legalidad?: ¿en las instituciones, en la calle, o en el campo donde se reclama a la par que la justicia?

Le ha faltado a la administración actual capacidad para prevenir conflictos y ofrecer alternativas. Le ha sobrado soberbia, ineficiencia e ineficacia para hacerle frente a los estallidos sociales desde una visión ciudadana y democrática. El ejemplo más reciente es la escalada de violencia que se vive en el municipio de Buenaventura y, concretamente, la disputa por el agua en la cuenca del Río del Carmen. No nos engañemos: con la defensa del recurso de los acuíferos hay muchas más causas y razones por la que los dolientes han salido a pelear. Hay necesidades apremiantes e injusticia que se hunde en la historia. Para el gobierno y algunos de sus funcionarios –algunos antaño líderes sociales y hoy apoltronados en la burocracia y la nómina– no se trata de nada nuevo. Empero, su conocimiento no se ha puesto al servicio de programas que atalayan los problemas y los resuelven.

Hoy tenemos un gobierno escondido, asediado ciertamente por el viejo régimen, pero también acicateado por una retórica inútil de desafíos verbales, producidos en medio de una compleja disputa por el poder en la república.

Esta ausencia de gobierno también se deja sentir en la insólita confesión declarativa del delegado Kamel Athié de la CONAGUA, que prácticamente nos dice que está poco menos que pintado, o por una justicia federal que se mueve cadenciosamente al ritmo de una tortuga, e insisto, con un gobierno del estado que perdió el rumbo, si alguna vez lo tuvo.

En medio de esto se quiere medrar con una xenofobia y racismo que no existe en Chihuahua, que ha sido hospitalaria con menonitas, mormones y extranjeros de muy diverso origen que han tomado al estado como su propia patria. En una pradera inflamable a la menor chispa, se introduce el nombre de López Obrador con calzador, para sacar raja; a la vez que el PAN se entrega en los brazos de los grandes hombres de negocios del tipo de la familia Almeida, claudicando como partido político. Dejó atrás el credo democrático liberal y ahora se enruta en dirección de privilegiar la concentración en unas solas manos de la bolsa y la corona. Eso no trae bueno vientos.

La familia LeBarón, finalmente, debe reconocer, en primer lugar, que aquí se les concedió tierras y hogares, que no se les ve como extranjeros y que el hecho de ubicar a una franja de ellos en el PRI y en el duartismo, que los protegió, no significa que se practique ni racismo, ni discriminación alguna. De otra manera se estarían escudando en una aberrante falsedad para tapar sus abusos, que también los cometen, y que deben responder por ellos como cualquier mexicano a la hora en la que sobrevenga una decisión de gobierno o de Estado para resolver un problema.

En circunstancias como esta, los cantos de la sirena llaman a la represión. Desde aquí se invocan los mejores instrumentos que puede tener un gobierno, que lamentablemente han estado ausentes.

Ojalá y no llegue más sangre al río.