Dando muestras sobradas de la hospitalidad que bien presume nuestro escudo de la ciudad y el estado, estuvo aquí el predicador católico y colombiano Juan Alberto Echeverry. Vino como un cruzado de una fe que se ha ido, según un periódico que utilizó la noticia para la de ocho. Evoqué los grandes y conmovedores debates en la cristiandad, sobre todo el trasiego de libros, pergaminos, palimpsestos de la Edad Media; qué lejos estamos de todo eso.
Quien haya leído El nombre de la rosa, de Umberto Eco, y la película que vino después, se dará una idea de estas grandes aventuras intelectuales. No sé si Echeverry se ocupe de esto, porque aquí vino a blandir su espada contra el yoga, el feng shui y el reiki; para él eso no es verdad, es mentira.
Lo escribo en posición de loto.
Yo quiero tener una iglesia chica no muy grande o una escuela no me importa si es secundaria, prepa o universidad o un partido no importe que no llegue a pes, que sólo sea una mojarra política de charco o tener un banquito aunque no tenga patas. Lo que sea deseo tener para hacer frente a esta vida cara, impositiva y desgraciada. No quiero tener un montón de amigos ni un coro de pajaritos, esos sirven cuando se está dormido.
….o de perdis un carrito de camote…