Amparados en el grito de defender la libertad, los empresarios que pertenecen a diversos aparatos corporativos iniciaron su gran marcha contra Andrés Manuel López Obrador. Lo hicieron en esta ciudad de Chihuahua, recordando la insurgencia electoral de 1983 que descalabró al priísmo como nunca antes le había sucedido. De aquí llevarán su fuego e ímpetu al resto de la república, así lo afirmaron. No sé que tanto nos sirva ser capital política de esa empresa, pero así se estableció el propósito.

Fue un evento con todos los recursos, los habidos y por haber. Buen escenario, grandes pantallas, el diseño gráfico al servicio de la estetización de la política; intelectuales y periodistas que de tiempo atrás levantan las armas de la derecha, los jefes de las poderosas organizaciones tomando la tribuna para expresar su visión de lo que está por venir y, en el auditorio, lo más selecto de los capitalistas de abolengo, recién llegados, y a su lado algunos de sus políticos profesionales. Se me antoja pensar, al registrar estos hechos, la gran razón que le asistió al economista Werner Sombart, autor de El burgués, al concluir esta obra con esta frase: “(…) La psique del sujeto económico moderno ya no es un enigma para nosotros”.

Sí, no hay arcano en esto. Al menos en dos vertientes: una es el gran miedo que les despierta el hombre de Macuspana; la otra, enfrentarlo y derrotarlo como una imperiosa necesidad para solventar los privilegios que agobian al país, todo esto bajo la divisa de conjurar que el populismo se establezca en Palacio Nacional. Si alguien se esfuerza en sostener que hay alguna incógnita o interrogante, aquí están, se ofrecen estas respuestas.

Jugó un papel central, como los espantapájaros que se ponen en los surcos cultivados, la voz inaugural de José Luis Barraza, que simbolizó ahí que el 2006 se puede repetir. Por qué no, sí en México ya tiene raíces profundas el “haiga sido como haiga sido”. Escribo de un personaje proverbial en la práctica del prestanombre, del vocero a sueldo, del que siendo un modesto empresario brincó a las altas ligas en Aeroméxico y que un sector de los empresarios de Chihuahua favoreció en su pretensión de hacerse de la gubernatura del estado en 2016, bajo las banderas de una independencia más que nebulosa. A su tiempo, Javier Corral lo cobijó –es astilla del mismo palo– y ahora, no obstante que lo denostó esencialmente, es su consejero. No preocupa el hecho (le doy muchas palabras) porque es de esos espantajos que ya no asustan. Las aves de ahora saben cómo evadirlos, se dan cuenta que portan sombreros muy agujereados.

El discurso del vocero empresarial Juan Pablo Castañón se pronunció con buenas formas –el estilo es el hombre–; sin embargo, su contenido esencial no rebasa al discurso que no va más allá de los intereses que representa. No fue una propuesta, un apunte hacia un nuevo contrato social; por el contrario, por su boca habló un estamento, el pensamiento único, el paradigma del homo economicusdel capital y el privilegio por encima de una sociedad segmentada, en el atraso y con una pobreza extrema descomunal. No resultó extraño que el Estado no figure en esta visión unidimensional. Una vez más, la filosofía inspiradora es la filantropía chata, el sobreponerse al paternalismo para resaltar que todos somos iguales, que a nadie se le va a dar nada y sí oportunidades para crecer; en esto se incluye a los menesterosos que viven afuera de los templos, los siempre condenados de la historia.

Lejos estoy de pensar que los empresarios no han cambiado, que son los de siempre, por más que sus discursos aparezcan bajo el lema positivista de orden y progreso, que los científicos porfiristas profesaron al grado de llevar al país a la dictadura, de ahí a la revolución, la derrota del ejército federal y la reconstrucción del Estado, marginándolos de la hegemonía que mantuvieron. Les gusta el progreso, el de ellos, el que se tasa en dólares, el que se mide por el Dow Jones, el que registra el día a día en el Wall Street Journal. Mercado sí, regulación no, y la selva que aparece tan pronto se nubla toda presencia del Estado. Quienes piensan así es natural que odien a López Obrador.

Contra el candidato de MORENA y sus impresentable aliados, se destinó prácticamente todo el evento. Desde humor bajuno, ridiculización, explicación sesgada. A Ricardo Anaya –por algo será– no se le mencionó una sola vez en tres horas de disertaciones. A Meade se le citó por su apellido una o dos veces, en recuerdo de cuando fue secretario de Hacienda. También, por algo será.

En el evento que comento, el público no estaba programado para participar con preguntas y cuestionamientos. Estaban convocados, como en misa, para escuchar una concelebrada con obispos para participar de todos los oficios como pasivos feligreses. Los monaguillos, ya entrados en años, movieron el incienso y propiciaron la transubstanciación. También, por algo será, ya que abajo de la aparente uniformidad silenciosa hierven dudas, lealtades que se quieren romper, partidarismos que se ocultan y ambiciones que pueden cobrar nuevos rumbos.

Se cocina aparte la conferencia que dictó Enrique Krauze y que gravitó, específicamente, sobre su reciente libro, con el Leviatán en la portada, El pueblo soy yo (Editorial Debate, 299 pp, Ciudad de México, 2018); y desde luego su visión de coyuntura y los riesgos que advierte, no nada más en la escena nacional, sino también con la estadía de un fascista en la presidencia de los Estados Unidos: Donald Trump.

No gusto de calificar a pensadores como Krauze de intelectual orgánico al servicio de los empresarios y la derecha, mucho menos opto por catalogarlo en una derecha ruin y lacayuna de los empresarios. Eso no abona a nada, menos a un buen debate, tan necesario en el país. Intelectual y académicamente está por encima de eso y su obra, con la que se puede estar o no de acuerdo, habla por él, más allá de la mezquindad con que a veces se le trata por una izquierda que cada vez más cobra características de feligresía intolerante, a diferencia de la que hubo en el pasado y que abría grandes debates que se registran en la historia de las ideas.

He leído el libro, agilizado esto porque algunos de los ensayos que en él se recogen fueron publicados en el pasado. Ahora hace un recorrido que parte de las ideas de Morse, repasa parte del populismo y la dictadura, recapitula su visión liberal, habla de los profetas de Trump y, sabroso por cierto, es la parte última donde nos narra la acción de los demagogos que hundieron a la democracia ateniense, que brilló bajo el liderazgo del gran Pericles.

El libro obviamente tiene el propósito de marcar un deslinde con lo que representa la alternativa de López Obrador, al que ve cercano de alcanzar en esta tercera ocasión el poder presidencial. Krauze reivindica el liberalismo, no deja duda en ese tema, y refrenda sus ideales democráticos. En el recorrido histórico subraya el por qué no se debe enajenar la soberanía en un solo hombre, a lo que hemos sido tan proclives en la América Latina e hispánica, centralmente por la herencia colonial. Para él, al principio fue Santo Tomás y después llegó, con los caudillos, el secretario florentino Maquiavelo, con su obra El príncipe. La obra de Krauze merece cuidadosa lectura y reflexión. No es complaciente ni con los conservadores ni con la derecha. En el evento que comentó, se le aplaudió por parte del público cuando refirió que el PAN se desvió de sus propósitos iniciales, de una democracia liberal en la perspectiva gómezmorinista.

Al llegar aquí tres cosas me interesa recalcar: en la visión que expone Norberto Bobbio es inadmisible el divorcio entre el liberalismo y socialismo, cuando faccioso gana uno, pierde el otro; la defensa de un sistema democrático y de libertades públicas para el país, y que la izquierda, hoy predominante, deje atrás su pretensión de erigirse como una religión política que ya práctica una intolerancia creciente. He sentido que su oleaje me golpea. Por último, pero no al último, que los empresarios mexicanos en este proceso no son, como no han sido nunca, enigma para nadie. Saben dónde están parados y no se quieren mover de su sitial; hoy, con vocación y energía de cruzados, quieren no el santo grial, sino la silla que tantos problemas le ha cargado a este país.