El 28 de noviembre de 2014, justo en el momento fundacional de Unión Ciudadana, Francisco Barrio produjo una pieza de oratoria política memorable. Analizando la postración en la que el duartismo hundió a un poder fundamental del estado, dijo:

“Vayamos ahora al otro poder, al Judicial, y créanmelo, no sé cómo transmitirles cabalmente la magnitud del daño que pueden ocasionar a la sociedad chihuahuense los cambios que recientemente le hicieron (…) Pero nada comparable al golpanazo que ha sufrido esta institución de nuestra vida pública en los últimos meses, empezando con la designación de un compadre del gobernador, sin una carrera judicial, como presidente del Supremo Tribunal, siguiendo con la jubilación o renuncia forzada de 13 magistrados que fueron sustituidos a través de un reparto de posiciones entre los partidos, en el que 9 de ellos son incondicionales del gobernador. Adiós principios de autonomía, de inamovilidad y de la carrera judicial de los magistrados. Por los siguientes 15 años, muchas de las resoluciones judiciales obedecerán a criterios políticos más que a una aplicación imparcial de la ley”.

No es todo lo que le advirtió el exgobernador a los ciudadanos de Chihuahua, pero bastan esas palabras para hacer una retrospectiva, a casi cuatro años de distancia, que tienen como telón de fondo la reciente designación por unanimidad de todos los magistrados del señor Pablo González como presidente del Tribunal Superior de Justicia, por supuesto previa bendición que había recibido de Javier Corral Jurado, en la vieja práctica del autoritarismo que nos viene, como república desmentida, desde la fundación de Chihuahua como entidad del pacto federal.

A más de un cuarto de siglo de la primera alternancia habida en Chihuahua, que protagonizaron cada uno en su nivel, el primer gobernador del PAN y el actual, podemos decir que lejos de estar parados en el mismo sitio, hemos ido para atrás. Me explico: Pablo González es producto de una deshonrada transacción con los magistrados duartistas, de los que se ocupó Barrio en su discurso ante Unión Ciudadana. Ahora el “nuevo” presidente –siguiendo las instrucciones de Palacio, como dicen los que acicalan sus textos a falta de argumentos– va por un rumbo diferente, no me resisto a citarlo:

“No podemos seguir hablando de los 13 magistrados oxigenadores, porque eso no ha beneficiado a nadie, dejar de hablar de grupos para trabajar de cara al futuro”.

Evidentemente se trata de “su” futuro, porque el ahora beneficiado con el dedo del Ejecutivo nunca estuvo en la línea del saneamiento que obligaba a restañar el agravio del “golpanazo” que figura en la narrativa barrista. Cuando se conspiró contra el Poder Judicial en la negra era Duarte, Pablo González era asiduo visitante en las oficinas del tirano, en el trazado de puentes para que el PAN de Mario Vázquez, César Jáuregui Moreno y María Eugenia Campos Galván concluyera precisamente en el atraco que hoy se pretende dejar en el olvido a cambio de los votos suficientes para decorar una institución que continúa en estado de putrefacción. Lo que ha sucedido hasta ahora –incluidas las no pocas traiciones a la labor de Julio César Jiménez Castro– es un simple mercadeo de posiciones de poder, que ahora se entregó a un hombre que retraté en mi pasado epigrama dominical de la siguiente manera:

“Habrá ‘nuevo’ presidente en el Tribunal Superior de Justicia. Será impuesto, de unidad, dependiente, de casa, cómplice del pasado, claudicante, intrigante obsesivo, simulador, de derecha con linaje, escolástico y católico”.

Consumatum est.

Estamos en presencia de una ominosa claudicación que significa que no pocos de los principales cómplices de Duarte han sido perdonados. Es un solo error y los que vengan serán consecuencia de ese error. Atrás quedó la idea de que en Chihuahua se combate al régimen de corrupción e impunidad.

A Corral hay que decirle que hechos son amores y no buenas razones, así sean dichas con el delicioso micrófono y, como sombrío escenario, la Plaza Mayor que le endilgó a Chihuahua Patricio Martínez para su propia y mayor gloria.

Ahora tenemos, adosado a lo que hay en el Ejecutivo, un presidente retórico, mucha palabrería, vasta verborragia y la inexistencia de un Poder Judicial que debiera estar en construcción como columna vertebral del Estado de derecho, tarea que se ha pospuesto para las calendas griegas. De espaldas, ni más ni menos, al mandato de la elección de mediados de 2016.

Hoy me pregunto qué hubiera hecho Francisco Barrio al frente de un estado, en un escenario diametralmente opuesto al del aislamiento de las oposiciones que reinó durante el salinismo. Sé que el habría no existe, como se replica cada vez que se pronuncia.

Por eso creo que hoy, en una cima más alta, jamás imaginada por el PAN de la brega de eternidad, acudimos a su responso, a su réquiem. Usted busque la música: Mozart, Beethoven y Brahams están dentro de mis favoritas, pero aquí, en materia de gustos, cada quien escoge.