El PRI es convenenciero. Aunque es un absurdo pensar que entre los jerarcas del PRI haya ética, está circulando la noticia de que un comité que se encarga del tema, el día de mañana y con la presencia de José Antonio Meade, podrán defenestrar a varios de sus personajes y, destacadamente, a César Horacio Duarte Jaques. Lo lanzarán por la ventana, dejará de ser miembro de ese partido, y si recordamos los tiempos de decadencia del Imperio romano, habrá carne para los leones.

Mantenerlo como miembro del partido, como bien se sabe, constituyó una burla para todos y un escudo protector para la impunidad que hasta ahora goza Duarte Jaques, uno de los tres gobernadores de la “nueva generación” que tanto enorgullece a Enrique Peña Nieto, porque hasta ahora no ha desmentido las palabras con las que ofendió a la república y a Chihuahua.

Pero el hecho está ahí: Duarte quedará fuera del manto protector partidario y, en una primera lectura política del hecho, producto de una necesidad electoral y no del despliegue de un criterio ético o jurídico penal al respecto. Hablar de ética y PRI es una antinomia. En otras palabras: lo estarían expulsando para posibilitar el engaño de un candidato presidencial que no crece y que necesita de este tipo de trofeos para darle la cara a los ciudadanos.

Como quiera que sea y hablando de las consecuencias de facto, Duarte pierde con este hecho, más porque presumía su amistad estrecha con Meade. La expulsión me recordó aquella frase escrita en un castillo medieval: “antes de entrar ya estabas aquí, cuando salgas aquí quedarás”. Con y sin Duarte el PRI seguirá siendo lo mismo.

Para mí no hay duda al respecto; hace poco clavé un aguijón que dice: “Duarte es el PRI”, sugiriendo de manera más que explícita que el PRI es la estructura política de la corrupción. En este sentido, el PRI es el Peña Nieto de la Casa Blanca, el Lozoya de Odebrecht y la lista podría engordar interminablemente.

Reconozcamos un hecho ensombrecedor: llega primero la “justicia” del PRI que la de las instituciones, que a más de tres años y medio de intentar un enjuiciamiento penal contra el exgobernador aún no entramos propiamente al proceso penal.

Por lo pronto, los priístas podrán decir que Duarte ya no es su compañero, pero nadie les va a creer; mientras su compinche Jaime Ramón Herrera Corral comulga en los templos católicos como el más pío y creyente de los mortales de este valle, que para él no ha sido de lágrimas. Y quién sabe.