Decir crítica, es decir izquierda. No digo que sea la única ecuación, porque en la democracia, en el liberalismo y el socialismo no autoritario también se practica el sentido profundo y generoso de la crítica social. Deliberar y poner los temas candentes sobre la mesa siempre ha sido un aliciente para la construcción de consensos o para la disputa fundamentada en las contradicciones. Lo contrario es adherirse al dogma, a la opinión preconcebida e inamovible, a la intolerancia como recurso y a la argumentación que implica imponerse por la fuerza, de lo cual ha dado sobradas muestras la actitud totalitaria que hemos visto, cuando menos, en tres azotes que golpearon al mundo durante el siglo XX: el fascismo, el nazismo y el comunismo soviético.

Pocas dudas quedan que en la contienda electoral que se avecina vertiginosamente. Los vientos de la intolerancia y el fanatismo empiezan a soplar fuerte y, como suele suceder, recurriendo a todo tipo de argumentación pueril que escolta una posición que se estima casi sagrada, propia de las religiones políticas, que también, como silicio, ha lacerado a la sociedad.

Ahora resulta que no pocas personas, con historia en la izquierda, en ocasiones de vieja data, se han convertido en defensores de personajes tales como Napoleón Gómez Urrutia y Elba Ester Gordillo, a partir de que juegan sus cartas políticas en el partido MORENA de Andrés Manuel López Obrador. El hecho de que los proteja con su manto ya los liberó de sus historias. Parafraseando la vieja frase de Mussolini, parecieran inspirarse en la divisa de “todo dentro de MORENA, nada fuera de ella”. Por esa vía, nulo favor se hace a la construcción de una sociedad democrática. Dos cosas me han llamado la atención a partir del ejercicio y modesta experiencia de mi crítica: la réplica fundada en el dislate de que la caída de la Gordillo propició la nefasta reforma educativa del peñanietismo y su ignorante secretario de Educación, Aurelio Nuño, por una parte; por la otra, que el neoliberalismo y expoliación de los recursos naturales mineros de México sobrevino a la persecución de Gómez Urrutia. Siendo problemas sumamente complejos y de calado mundial, sería recomendable al menos explicarse ambos fenómenos por la privación de derechos políticos y sindicales de los trabajadores de la educación y los asalariados de las minas y, en general, de las plantas siderúrgicas y metalúrgicas del país. En otras palabras, la larga tradición de encarcelamiento corporativo, en el caso que me ocupa, de maestros y mineros.

Es tal la ceguera, que se le adosan a estos personajes funestos cualidades que no soñaron ni en labios de sus más abyectos seguidores. Estamos llegando al momento de que la búsqueda del poder produce el dolor por las ideas que ponen los puntos sobre las íes. Es decir, escoltar las repuestas con base en intolerancias y fanatismos, cimentados en el dogma. En lo particular no me siento representado por una izquierda cuyas columnas de pensamiento se sustenta en la fe ciega. No hay, en un ejercicio limpio y riguroso de la razón, argumento para actuar así y a la vez autoproclamarse de izquierda. Entre una y otra cosa media un abismo.

Y todavía más inadmisible es que por discrepar públicamente se venga con el cuento de que esa crítica es interesada y se adhiere a la mafia del poder. Me he encontrado, en esa nefanda línea de ataque, que proviene lo mismo de excomunistas, exguerrilleros, que han transitado a las más disparatadas posiciones por el sólo hecho de que ven inminente asumir el poder presidencial, como si eso fuera todo y lejos está de serlo.

No me extraña que esto suceda. Entre los apologistas del neoconservadurismo estadounidense hubo, no pocos, de raíz en la izquierda. El fenómeno no es nuevo, lo nuevo es que una izquierda deslavada ahora se escude en el fundamentalismo y encuentre todas las cualidades en un grueso ramillete de políticos impresentables; impresentables porque tienen deudas con los mexicanos. El elenco es grande.

Qué lamentable es que a las múltiples críticas que rondan en la materia, a lo largo y ancho del país, muchos respondan: “yoamlove”, que no vean que la pretensión de promulgar una constitución moral huele a tragedia nacional. Entiendo que gran parte de la izquierda quedó huérfana hace tiempo, como entiendo también que sólo a través de la crítica y la apuesta por el pensamiento abierto son las bases para remontar, no una elección, sino la construcción de un país fincado en los grandes valores que nos legó la Ilustración.

¿Estamos al borde de que nos lancen por la ventana gatos y perros muertos? Al paso que vamos…