Napoleón Gómez Urrutia regresará a México con la investidura de senador, gozará de un fuero que lo hace invulnerable, impune. MORENA le allanó el camino al incluirlo como su candidato a senador por la vía plurinominal. Está en un lugar de la lista que hace pronosticable el desenlace postulado en este párrafo. Su candidatura es un privilegio.

Algunos datos de su biografía: nace un 18 de agosto de 1944, hijo de Napoleón Gómez Sada y Eloísa Urrutia Lozano. Regiomontano como su padre y, hasta donde sé, casado con Oralia Casso Valdez, pintora. Estudió economía en la UNAM de 1962 a 1966, donde egresó con una tesis sobre política monetaria e hizo posgrados en dos universidades que estaban en las antípodas: Oxford, en Inglaterra; y el Berlín de la Alemania comunista. Militante del PRI desde 1967 del que, hasta donde se sabe, no se ha separado. Aparte de cargos partidarios, trabajó en varias dependencias del Ejecutivo federal y fue director de la Casa de Moneda de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público a partir de 1979. Hasta aquí llevó una vida prototípica de un joven ligado al poder. No puedo afirmar si es muy inteligente o muy brillante, eso ni me ocupa ahora.

Me interesa y de manera singular, el andamiaje por el que se encumbró a la sombra de su padre, un actor del sindicalismo charro de la era dorada del autoritarismo priísta. Gómez Sada fue el jefe indiscutido del poderoso Sindicato Minero durante muchísimos años –también jefe del Congreso del Trabajo– hasta su muerte. Desde esa plataforma, Gómez Urrutia ingresó a la vida pública y a la muerte de su progenitor se convirtió, dinásticamente, en el nuevo cacique de los trabajadores mineros de todo el país. Su carrera, narrada antes, no habla de él como un actor surgido de las filas de los trabajadores, como un líder que brota naturalmente de la propia pasta laboral. Llegó por sucesión directa como en las monarquías: era el príncipe charro heredero de un trono y nada más.

Mucho se ha hablado de que ya colocado en ese cargo, defraudó con muchos millones de dólares a sus agremiados, que eso lo llevó al exilio canadiense, desde donde sigue manejando los hilos de la organización y sus relaciones con el mundo político, en este caso con Andrés Manuel López Obrador. El hilo del fraude ha sido tratado por estudiosos en la materia, a mi no me importa ahora ahondar ahí, prefiero otra temática.

Gómez Urrutia es de esos personajes que han contribuido como pocos a la humillación de los trabajadores mineros y metalurgistas, a los que no se les reconoce la calidad de ciudadanos, sino de siervos, en ocasiones prácticamente siervos de la gleba. Es lo que, en términos mexicanos, se denominó “sindicalismo charro”, es decir, un sindicalismo carente de autonomía y libertad, al servicio del Estado y para modular los intereses con las empresas, despreciando sistemáticamente lo que por justicia le corresponde a los trabajadores. Es un sindicalismo de Estado que se vertebró como sector obrero del PRI y tan postrado llegó a la muerte de Napoleón padre, que no hubo dificultad para que Napoleón hijo lo sucediera en el cargo de manera autoritaria y sin contrapeso de ninguna especie.

Por mis actividades políticas y sindicales, me tocó estar en medio de conflictos y gestiones en el que se atravesó ese sindicalismo, siempre para burlar a los trabajadores, a los esclavos del sindicalismo gubernamental. Lo mismo en Naica, que en la región de Parral, San Francisco del Oro y Santa Bárbara, como en la región de Santa Eulalia, Aceros y la fundidora de Ávalos. En todas estas regiones se vio el despliegue de este sindicalismo que privó, en la realidad, de derechos a los trabajadores que, ciertamente y por los ciclos de la minería, podían obtener contratos colectivos menos leoninos, pero en la realidad no eximían de tener que soportar un caciquismo a ultranza, de pertenecer al PRI obligadamente y votar por él cuantas veces fuera necesario. Es una historia de agravios sin fin.

El charrismo era y es una cárcel social corporativa que se atraviesa como obstáculo al desarrollo democrático del país. De ese imperio viene el ahora pretendiente de una senaduría soportada en la decisión de MORENA y su líder. Gómez Urrutia es una muestra inequívoca de la marcha de la locura que se da en la política. Algunos lo defienden ahora como sumatoria, pero en esencia resta y no sólo para quien lo patrocina, sino para el país mismo. El futuro hablará.

MORENA y su designación de Napoleón Gómez Urrutia expresa su desprecio por los trabajadores asalariados de México.

Descreo que las huellas que dejan los criminales a su paso conduzcan al futuro, menos a eso que se llama historia.