Hay un priísta parralense, se llama René Rodríguez Prieto, por supuesto no lo conozco, pero me di cuenta de su existencia porque publicó media plana en un periódico impreso de esta capital de Chihuahua, en la que nos advierte que no todos los priístas son corruptos (da las gracias porque nos enteremos) y además se llama orgulloso de ser parralense y se avergüenza de César Horacio Duarte Jáquez.

En otras palabras, le gusta cantar con la poco modulada y cerril voz del extinto Valentín Elizalde que imita Meade: “Cómo me duele”. Pero eso es lo de menos, lo demás es la apología, defensa o como quiera llamarle de la señora Graciela Ortíz, que ya se apresta a brincar a un nuevo cargo de elección popular, ahora como diputada del PRI por el noveno distrito federal del estado de Chihuahua, con cabecera en la ciudad del Cerro de la Muela.

Precisamente de esa demarcación fue diputado César Duarte, luego las fichas Luis Carlos Campos Villegas, el cómplice del corrupto Carlos Gerardo Hermosillo Arteaga (d.e.p.), Enrique Tarín García, convidado en una fortaleza de Aquiles Serdán. Con esto quiero decir, que Graciela Ortíz –vecina de Chihuahua y de Majalca, donde tiene su castillo– busca un distrito aparentemente cómodo, para lograr su traslado a San Lázaro por tres años más de sinecura.

La defensa de Graciela Ortíz como una política impoluta no se sostiene: fue la secretaria general de gobierno en el primer tramo de la tiranía duartista y quedó a deberle a Chihuahua la explicación –aún se reclama– sobre el crimen de Marisela Escobedo Ortíz.

Es una pieza más del México negro que ha dejado saldos de desastre a Chihuahua. ¿Recuerda usted que en estos últimos seis años hizo algo significativo en el Senado, que no sea, por ejemplo, socavar el patrimonio de las familias?

René Rodriguez, el desconocido priista del desplegado, tiene razón: el priísmo de Parral le garantiza una derrota a la mujer que tiene más de un cuarto de siglo devorando presupuesto: Graciela Ortíz.