Si alguien piensa que esto tiene que ver con el estupendo libro de Truman Capote Desayuno en Tifanny’s, llevado a la pantalla con Audrey Hepburn, de la que todos los jóvenes de mi generación se enamoraron al escucharla cantar Moon River, se equivoca. No, el pensamiento no puede ir por esa vertiente; la razón es singular: el desayuno fue en el Congreso del Estado de Chihuahua, escenificado por golosos y golosas “representantes” integrantes de su cúpula política que, faltaba menos, dieron una muestra de que el gobierno actual –en su capítulo parlamentario– sí está comprometido con la austeridad, y no se diga con su opción preferente por los pobres. The breakfast, además, no fue completo porque faltó el agua bendita rociada con la mano o el hisopo del trío de curas que le queman incienso al gobierno actual.

Resulta que los diputados (no todos, sino su élite) recibieron una comisión de agraviadas rarámuris que fueron colocadas de frente a las mesas conteniendo exquisitos platillos, que deleitaron el paladar y el estomago de los diputados y diputadas, que no encontraron mejor oportunidad para dialogar que haciéndolo manducando sus manjares matutinos –gratuitos, of course–, como lo hacían los emperadores romanos pelando finas uvas, tomando buenos caldos, frente a los plebeyos y los esclavos.

Más que las pobres opiniones de los parlamentarios, fue el sonar de las vajillas y los metales de la cuchillería lo que subrayó la escena, que debiera permanecer, por imperecedera, de la estupidez humana.

¿Por qué los diputados, de ambos géneros, no desayunan en su casa? Por perpetuar un baladí privilegio que tiene que ver más con el lujo y la prepotencia que con la buena nutrición y el aligeramiento de una digestión que se hace feliz al amparo de los chefs de la nómina congresional.

La escena no es nueva. Todos los gobiernos habidos hasta ahora en Chihuahua han utilizado a la etnia rarámuri como un ingrediente decorativo. Para ellos la etnicidad es un motivo de florero.

Quizá a partir de ahora las cosas van a ser diferentes por haber un elocuente parecido con una escena de zoológico: por primera vez cuatro agraviadas, de la etnia, vieron en su jaula a animales políticos –nada que ver con Aristóteles– que creían estar en un peldaño superior, pero que exhibieron involuntariamente su deplorable miseria. Y encima de eso, quieren reelegirse; les ha gustado la jaula que los separa tajantemente de la sociedad, como un poderoso muro de hormigón.

Permítanme escanciarle más jugo, señor diputado, pareció escucharse cuando se produjo la negativa, bajo la retórica frase: no, camarero, es cuánto.

Sueñan con los diamantes de Tiffany’s. Quizá de esa manera estuvo en la mente de los diputados Truman Capote. ¿Por qué no?