Al PRI lo ha desfondado la lucha contra la corrupción que, con diversas intensidades, se da en todo el país y por muy diversos actores. El viejo partido de Estado, fundado por Plutarco Elías Calles en 1929, siempre fue una institución corrompida. Lleva ese ADN adherido a todas sus células. Sin cercanía en el poder tiende a extinguirse, a desmantelarse.

Aquí en Chihuahua, si en 1998 se le hubiera cerrado el acceso al poder con Patricio Martínez García, seguramente nos habríamos ahorrado la tragedia que nos representa el sexenio de César Duarte Jáquez. Inexplicable, también, por la complicidad y lenidad de Enrique Peña Nieto, que nos presentó a una tercia de gobernadores como el ejemplo a seguir en un “nuevo PRI2 de hábitos petrificados. Aparte del mencionado, hizo la defensa del Duarte veracruzano y el Borge de Quintana Roo. Una tercia de priístas a los que se podría subir Guillermo Padrés Elías, que gobernó Sonora al amparo del PAN. Con esto quiero decir que la corrupción no tiene fronteras partidarias y que nace y renace por todas partes.

El estado de Chihuahua, pero no sólo, es un ejemplo vivo de que las restauraciones priistas en los mandos locales han conducido a corrupciones que pudieron haberse detectado a tiempo y, desde luego, prevenido con la oportunidad con la que se extirpa un tumor maligno. Es la moraleja que nos lega el inicial empoderamiento de Patricio Martínez y la dialéctica perversa que desemboca en el duartismo.

Si visualizamos así las cosas, no está de más que vayamos haciéndole barranco al llano y promoviendo que el PRI local reciba el desprecio electoral de los ciudadanos. Obviamente que en esta campaña se estarán refuncionalizando liderazgos ya muy vistos y cómplices directos e indirectos del prófugo Cesar Duarte Jáquez. El cemento que les puede dar fuerza ahora está en que, muy pronto -recordemos que el gobierno actual se limita a un quinquenio- estaremos de nuevo en elecciones de gobernador, alcaldes, síndicos y diputados, y eso puede generar ambiciones de poder que se pueden vertebrar fácilmente para una reproducción de los autoritarios.

En esto los otros partidos tienen su historia: el PAN también vinculado a un proyecto corruptor, la caricatura de un PRD que claudicó entregándose a la derecha y MORENA que se va inaugurar y que, para efectos locales, sólo será medible a partir de la elección de mediados de este año. Sea como sea, hoy el PRI regional es débil, habremos de trabajar para restarle toda posibilidad de hegemonía, ofreciendo como alternativa el empoderamiento de los ciudadanos, a pesar del lastre que representan los partidos políticos, hasta ahora ingredientes indispensables de la democracia, pero que tendrán que encausarse con un esquema muy lejano a lo que hoy tenemos, incluido el esquema de Ricardo Anaya, que sin duda es más de lo mismo y forjado en el alero de la traición del Pacto por México.

Hay una vieja consigna: ¡Ni un voto al PRI!, sin duda los tendrá, pero hay que esforzarse porque sean mucho menos.