La caravana organizada por el gobierno de Corral suscita, a todo bien pensante, una pregunta infaltable a la hora de ir realizando el balance de la misma. ¿Dónde está el PAN? Tiene pertinencia la interrogante, porque ahora no se le ve como institución por ningún lado, es decir que no juega su rol de partido político, como no lo juega tampoco en el Congreso local su fracción mayoritaria.

Se podría decir que está al acecho de su momento electoral y puede ser que sí, bajo el lema que los de adelante siembran y los de atrás cosechan, caracterización necesaria si queremos referirnos al matiz electoral que la movilización tiene como una de sus señas sólo en apariencia inexistente. Hasta los lideres son de importación. Porque en el PAN o no los hay –¿quién es Fernando Álvarez?– o no se les quiere compartir ni una brizna de hegemonía, para que no se emplee como moneda de cambio en el muy usual mercadeo de candidaturas, mecanismo antaño justamente despreciado en el partido que se engalanaba con convenciones que en realidad se podían presumir en una democracia tan maltrecha como la mexicana.

En el fondo y de acuerdo a la rancia cultura política que adocena al país entero, hay una dialéctica que conduce al liderazgo unipersonal, al culto a la personalidad y, siguiendo el modelo del tribuno de la plebe, estimar que el pueblo, la sociedad o los ciudadanos –escoja el término de su predilección– están condenados a jugar siempre un papel pasivo en un drama que no acaba.