El periodista Raymundo Riva Palacio, en su columna “Estrictamente personal”, afirma que el refugio actual de César Duarte está ubicado en el barrio financiero de Miami, en la lujosa zona de Coral Gables. También escribe que al terminar su tiranía se fue a vivir a El Paso, Texas, donde hizo vida normal, como si no debiera ni temiera nada. Se sentía protegido por sus patrones Peña Nieto, Videgaray, Gamboa Patrón y algunos otros miembros de la pandilla que gobierna al país.

El periodista suele estar bien informado de hechos de esta especie por sus indagaciones en los aparatos de inteligencia del Estado. La extradición, de cualquier manera, de realizarse, será en cualquier sitio del vasto territorio de Norteamérica. Sin dar pelos y señales, de cualquier manera la contundencia con la que habla Riva Palacio nos permite conjeturar que en cuanto a la ubicación del prófugo no hay dudas y que donde sí se presentan es, precisamente, en la tramitación que se da en los Estados Unidos a la solicitud en curso, corroborando lo que ya muchos han afirmado: que cualquier cosa puede suceder, entre ellas que “la respuesta –lo dice el periodista– puede tardar horas, días o meses, según la velocidad que aplique el Departamento de Justicia, y la pulcritud legal del texto mexicano”.

¿Hasta dónde esto es un mensaje que brota del gobierno federal? No lo sé. De lo que estoy cierto es que en Chihuahua queremos a Duarte bien preso y debidamente procesado, que se le confisquen todos sus bienes y se restituya al erario lo robado. Súmele a esto que ha de tener de vecino de celda a Jaime Herrera Corral.

Por lo demás, me queda claro que a Peña Nieto, sus fiscales y demás aparatos de Estado involucrados se les quemaron los libros e hicieron muy mal sus cálculos y ahora ya no hallan como remediar sus yerros. Esto suele suceder cuando un régimen, como el priísta, se derrumba a pedazos todos los días, como los grandes glaciares en los polos del planeta.