A través de mis cuentas en redes sociales inicié una denuncia pública de lo que significaría el nada extraño retorno de Patricio Martínez García a la candidatura priísta por la Presidencia Municipal de Chihuahua, cargo que ya ocupó de 1992 a 1995, brincando de ahí a una efímera diputación federal, la gubernatura del estado y el Senado de la República. Obviamente también a los negocios de Estado que lo enriquecieron más allá de lo que puede producir una modesta librería de pueblo chico. Huelga decir que los comentarios menudean en favor del desprecio por el político del PRI, advirtiéndose que hay memoria de sus desmanes y corrupciones.

Algunas mujeres, principalmente, han puesto en el tapete de la discusión si tal denuncia puede derivar en un apoyo a María Eugenia Campos Galván. Para nada. Reconozco que esas mujeres han visualizado que la actual alcaldesa, por estar ubicada en la ultra derecha, es contraria a toda la agenda progresiva en temas tales como salud reproductiva, matrimonio igualitario, familia, feminismo, por ejemplo. Está claro que mi voto es y ha sido adverso a la señorita Campos Galván, a la que he ubicado, en el pasado inmediato, en el ámbito del duartismo, lo que, conjuntado con la agenda mencionada, facilita mi militancia política al respecto, que no ofrece confusión.

Empero no creo que en el posible dilema Martínez o Galván haya que optar por el primero. No representan la entrega del municipio a manos de los ciudadanos, que es lo deseable en estos tiempos de inequívoca reelección.

En todo caso, dentro de las ya limitadas alternativas electorales, habría que repensar en una coalición ciudadana para pelear por Chihuahua municipio más allá de este par de partidócratas. Si pongo el acento en Patricio es porque, como dice el tango, tiene su historia.