Sin duda alguna la candidatura de Meade es atípica en el PRI, especialmente por carecer de militancia en el viejo partido. Quiero decir, mejor, que no por razones ideológicas, de congruencia o de principios. El candidato oficial es el mismo rostro de Salinas y Peña Nieto y el mismo de Fox y Calderón. Meade es un candidato entreambosmundos, porque más allá de contar o no con una credencial, expresa los intereses de una derecha política que vive en dos casas: la azul y la tricolor.

Las pruebas están a la vista: lo mismo ha servido en gabinete presidencial de un partido y del otro. Esa circunstancia no se explica, en el fondo, de otra manera que no sean los intereses que se mueven en torno al poder presidencial y que son los de un capitalismo neoliberal, excluyente y depredador. Así las cosas, no es descartable que los factores reales de poder decidan conjuntarse para dar la bendición final a uno u otro en los términos de una alternancia de apariencias, porque sería para que el modelo que hemos tenido en el país continúe inalterado.

Pero la elección augura borrasca, aparte de bajísimo nivel y sobrecarga de denuestos y descalificaciones. El lugar de la política lo ocupa hoy el odio y eso se puede convertir en una olla de presión que al romperse nos puede arrastrar a todos en una pugnacidad de la que sólo seríamos víctimas.

En ese contexto, se insiste mucho en que el candidato del PRI, José Antonio Meade, será sustituido, incluso se le pone nombre y apellido al que pudiera reemplazarlo: un adefesio político de apellido Nuño, su nombre no lo recuerdo porque no lo he leído con atención.

Pienso, al igual que muchos, que la selección de los candidatos atañe exclusivamente a los partidos que los postulan, certeros o equivocados saben los riesgos que se se corren. Es una historia largamente sabida aquí en México, durante mucho tiempo, sin problemas, cuando no había competencia electoral. Existía una sola pasta y había que comerla, o abstenerse que, para el caso, era lo mismo.

Ahora los tiempos son diferentes y, ciertamente, Meade batalla para que se asimile su candidatura por el priismo de a pie. Dicen que no prende, y si la política se hiciera sobre pautas de mayor altura, sus contrincantes no tendrían por qué estar hablando de sustituirlo, estarían ausentes de la pericia. Sería tanto como saberse fajador en el ring de peso completo, boxeando con un alfeñique minimosca. Suena a arrogancia porque insinúa algo así como pónganme uno de mi talla. Todo esto con una carencia de lógica, pero cada quien hace lo que le conviene. Ahí no veo problema mayor que el apuntado: el discurso bajuno.

El problema lo veo así: se está generando un síndrome Colosio, violento, que ante la imposibilidad de resolverlo cambiando de actor se opte por montar en alguna parte del país alguna Loma Taurina. A esa depredación de la política parece que nos quieren llevar, para que el miedo vuelva a imperar en el país y ganen los de siempre.

Tengo para mí, por lo demás, que tanto Anaya como Meade, son dos piezas sobre el tablero de ajedrez del mismo color, el negro de la derecha.