Javier Corral dejó constancia escrita –justo al inicio del gobierno de Peña Nieto– de su apoyo “decidido” al Pacto por México y se colocó bajo el liderazgo de Gustavo Madero, entonces presidente nacional del PAN, partido derrotado en 2012, cuando se abrió el regreso del PRI a la cima del poder. El Pacto en su tiempo fue cuestionado por enajenar la autonomía para hacer política, para disentir, lanzando las campanas al vuelo por un presidente que supuestamente iba a sorprender. Otros hasta hablaron de una nueva era: Atlacomulco se perdía en la bruma del pasado. Lo que vino después es historia con tufo de tragedia.

La perspectiva corralista se abordó con variados ángulos y también se matizó, pero en un punto se ancló firme: México necesitaba “…un respiro en medio de la sofocante polarización (…) para sacar adelante las reformas estructurales y abrir (…) un tiempo de unidad nacional en lo esencial, y una disputa más civilizada en la lucha por el poder”. Enfático señaló: “…no podemos perder más tiempo en el regateo (…); quienes minan este acuerdo, terminan haciendo el caldo gordo a…”. Hay que “dejar atrás atavismos ideológicos, rémoras (…) nacionalistas y mezquindades personales”.

El lenguaje reseñado es el convencional de un miembro de la clase política, de un escalador en busca de realizar proyectos de poder; en lugar de crítica y autocrítica a la docena panista de Fox y Calderón, posicionamiento para los tiempos del sexenio actual, que hoy nuestro personaje quiere remontar en la continuidad del pactista Ricardo Anaya, corresponsable de que nuestra república esté hundida en el desastre y en una encrucijada especialmente compleja y difícil, cargada de pugnacidad y odios que sólo anuncian tempestades.

Como nunca, sin ser alarmista, carecemos de alternativas para navegar en la confrontación que viene. No creo que tengamos que estar sometidos a una coherencia política esclavizante. No son tiempos del Talmud. Emerson dijo que la estúpida coherencia es el duende que hay en las mentes pequeñas, de donde se desprende que Corral ahora pueda pensar diferente y hasta diametralmente opuesto a sus ilusiones de hace casi seis años. En realidad eso poco importa ahora, si nos hacemos cargo de su responsabilidad como gobernante constitucional, producto de una elección que sepultó con votos al PRI, a Duarte y a su muñeco, un señor de apellido Serrano.

Gobierno constitucional que tomó obligaciones y trabó compromisos ineludibles a desplegar en una coyuntura especial: un tiempo electoral local, que puede marcar un sentido plebiscitario en su resultado, pero sobre todo la elección federal, cargada de disputa por la nación y, precisamente, ambas aristas –local y nacional– son las que explican una vertiente por la que se decanta el quehacer gubernamental del panista con más de treinta años de militancia.

Chihuahua está dividida: el duartismo dejó a la entidad en dos: los que estamos contra la corrupción y los que la solapan. Adicionalmente, Ciudad Juárez está en manos de un falso independiente; Parral lo perdió el bipartidismo y existe un panismo carente de intereses comunes y con una sólida hegemonía y –en todos lados– sed insaciable de poder. El PRI desecho pero con grandes e influyentes redes para rehacerse, como lo demostró en su tiempo la elección intermedia de 1995 y la de 1998, que dejó maltrecho a Francisco Barrio, un hombre con más oficio político y administrativo que el actual. A esto hay que sumar que este año López Obrador tendrá, seguramente, una votación sustancial que hace fluctuante el lugar que ocupará un demos, y de ahí a las crisis de todo tipo sólo hay un paso.

Un objetivo central no se ha logrado: Duarte está libre, aunque prófugo. La extradición es un camino cargado de discrecionalidades, más involucrando un gobierno como el actual en Washington y el solapamiento peñanietista. Jaime Herrera Corral –el técnico de las finanzas y el fraude–, indebidamente protegido, y sus entenados presos, hablan de incumplimiento de un deseo ciudadano extenso y profundo. Pesa en el imaginario colectivo todo este escándalo con presión que ni el mismo Newton sospecharía. Pero aunque ya los hubieran atrapado, no es la única agenda pendiente que lacera a Chihuahua, y en eso hay un verdadero déficit y desorganización gubernamentales. Es proverbial.

Las gavetas de los servicios forenses del estado ya no alcanzan para los muertos de todos los días. La delincuencia maneja zonas territoriales al margen del estado y se ensancha cada vez que puede. No hay política social ni obra pública; los servicios del estado son deficientes, la carga fiscal extenuante. La división de poderes no existe, por tanto la constitucionalidad está en entredicho y la retórica no para. Lejos de eso, el Palacio de Gobierno se convirtió en la torre del orgullo. Y como decorado: la teatralidad que se quiere imponer como sinónimo de realidad. Corral dice que puso una pica en Flandes, o sea la capital mexicana y su cerebro hacendario y financiero. Lo hizo en una agencia informal y rodeado de amigos y correligionarios, lanzando un claro mensaje con timbre electoral.

Sabe que la epidermis anticentralista en Chihuahua es muy delgada y sensible. Pero realmente poner esa pica, empezar a vencer esa dificultad, no tengo duda, hubiera sido mejor clavada si se hubiera rodeado de los gobernadores de las entidades no priístas que conforman ya Por México al Frente. Si lo hubiera hecho así, habrían sobrado los Creel, los Galileos, las Hortensias, que no asustan a nadie. La realidad, reconozcámoslo, es más compleja que todo esto y el agravio al federalismo que se esgrime se distingue porque asoma la oreja electoral del PAN y quiere atisbar por todos los costados el mapa de Chihuahua, y eso es inadmisible. Está muy lejos del credo corralista con el que suscribió el mismísimo Pacto por México.

Digo esto consciente de que tenemos un escenario nacional cargado de odio creciente que se va apoderando de México y que, como dijo la autoridad en la materia, no es escaso, ocupa el papel decisivo en todo asunto, es sórdido, desintegra lo ya de por sí desintegrado, todo lo penetra y nadie es responsable porque se mueve en todas direcciones y hasta hace que se aniquile la sana indiferencia que despiertan las pequeñas cosas.

Pienso que el affaire con Hacienda no se trata de un simple desprecio, ciertamente, de un vuelva mañana de un burócrata ruin y amorcillado; pienso que lo grave está en la respuesta, el liquidar la figura del gobernante para que logre su asunción como dirigente proclive al parlamentarismo y la aceptable discordia congresional, cuando su papel es otro de cara al cargo que ocupa. Corral trata de mostrar músculo y dejar pocos espacios a las disputas civilizadas en toda lucha por el poder, enmarcada en una democracia que por angosta que sea –es el caso de México– pueda voltear sus ojos hacia el país y compadecerse del mismo en el territorio norteño que ya quiere ver que su tiempo llegue, así sea en la esfera local.

Corral dijo en su tiempo que el Pacto por México se construyó “en comprensible sigilo”. Debemos recordar la frase, porque el futuro de México frente al proceso electoral que viene, habrá de hablarse de cara a la sociedad, y cuando así no sea habrá doblez y, a querer y no, un fuerte viento de conspiración para que en diciembre de 2018 se paseen en Palacio Nacional los que han postrado a México y pretenden mantenerlo en el abismo del privilegio y la exclusión, que es miseria para millones de mexicanos que ahora sí no están dispuestos a sufrir o lamer las cadenas. Los gobernantes de vocación democrática así lo han experimentado en muchas partes del mundo, desgraciadamente no en México, como ya lo vemos. Recuerdo ahora que la democracia es generosa con los moderados.

12 de enero de 2018