Debemos reconocer a la pluma del periodista Froylan Castañeda que haga el recuento de los cadáveres que Ricardo Anaya ha dejado en el camino. Como suele suceder en estas listas –y la de Schindler no excepción– ni están todos los que son, ni son todos los que están.

Lo cierto es que el discípulo de Peña Nieto es certero en sus tiros a la cabeza, pero no sólo produce muertes instantáneas con su acción, sino también momentos en el que el entumecimiento cerebral genera estados de perplejidad en los prominentes panistas Javier Corral Jurado y Gustavo Madero Muñoz, este último la primera víctima queretana de esta historia, por la sencilla razón de que jamás entendió que en los proyectos de poder, como en la historia mitológica de Saturno –cambiando lo que haya que cambiar–, hay dioses que devoran a sus padres. Hay parricidios que se aligeran cuando soplan los vientos de don Porfirio.