Una burocracia autoritaria cerrada. Eso son Peña Nieto, Meade, Nuño y Granados Roldán. Un grupo, junto con otros muchos, enquistado en el poder y que al precio de lo que sea no están dispuestos a soltarlo. Por supuesto que el voto no le será favorable: el desgaste y descrédito de este gobierno y modelo económico es abrumador. Pero seguramente han de pensar, de acuerdo a la máxima de Stalin, que en materia de votos lo importante es quién los cuenta y ellos no olvidan las lecciones que deja 1988 cuando robaron la presidencia a Cuauhtémoc Cárdenas y la cínica moraleja de Felipe Calderón del “haiga sido, como haiga sido”. En la coyuntura les favorece la falta de confianza que hoy padece el INE.

No regateo que tenemos en el país una pálida democracia, ya no estamos en las épocas monolíticas de un PRI que las ganaba todas de todas. Pero México representa en el contexto mundial algo muy importante como para entregarlo a nuevos actores con nuevos proyectos. No renunciarán a la última batalla. Están dispuestos a todo. Pero aún así a esos burócratas les falta talento e imaginación, quizá por la soberbia que no los deja ni un instante.

Es verdad: el nombramiento de Aurelio Nuño como coordinador de la campaña presidencial priísta, aparte de la cerrazón anotada, está fincado en la convicción de que hay una credulidad inagotable como para poner a ese nivel a figuras profundamente desacreditadas, sin más mérito que ser de los engreídos del peñanietismo. ¿No sabrán del gran desprestigio mostrado al frente de la Secretaria de Educación, que lo ha exhibido incluso como una persona ignorante del lenguaje? ¿Su mérito será idéntico por no ser lector al igual que su jefe, que nos salió con el tópico de que había leído la Biblia, el libro de los libros, sin poder demostrar mayor hondura, ya no digamos en letras extranjeras, sino en las nacionales? Así parece. Ese nombramiento de Nuño significa que porfían en ganar, traslapando el aparato estatal a su partido como en los viejos tiempos. Es el anuncio que lanza Meade y que se cifra en el reparto de los despojos, el viejo recurso de las malas democracias. Allá ellos.

Y lo que son las cosas: si ya Nuño era una desvergüenza al frente de la SEP, el nombramiento de Otto Granados Roldán, que fuera un niño estrella del salinismo, nos llena de vergüenza aquí en México, y nos exhibe en harapos frente al mundo contemporáneo. Bien se ve que la educación les importa un soberano bledo.

México en diversos momentos de su historia llegó a tener encargados de este ramo de la administración pública a personajes de la talla de Justo Sierra, José Vasconcelos, Jaime Torres Bodet o Jesús Reyes Heroles, pero en los últimos gobiernos –en esto incluyo al PAN– su despreocupación es tal que para demostrar lo que piensan de la educación y la cultura es una nimiedad, frente al reclamo de poner el gran acento en esos campos que están llamados a jugar un papel central en el desarrollo.

Un colofón: una burocracia cerrada no resiste una gran participación de los ciudadanos en su contra, un tsunami de votos que los desplace, porque ya han hundido al país y merecen pasar a la historia, que si pudiera ni los registraría.