Quizás ya no sea sólo un síntoma, sino una enfermedad ya declarada. Alexis De Tocqueville afirmó: “En política, el miedo es una pasión que a menudo aumenta a expensas de todas las demás. Se tiene miedo de todo cuando ya no se desea nada con ardor”.

La angustia por los riesgos, reales o imaginarios, del gobernador panista está en todas partes: en el equipo que nunca fraguó para actuar como los cinco dedos cuando cobran la calidad de puño, con todo y que, desfigurando lo que bien o mal había funcionado, se tiene un coordinador como Gustavo Madero encargado de asuntos de “estrategia” y de “sinergia” que a los ojos de propios y extraños no funciona siendo la administración pública una mesa de ping-pong sobre la que se lanzan pelotas sin destino.

La Fiscalía General en manos de Cesar Peniche es el más rotundo de los fracasos a la luz de la nota roja que chorrea sangre por todos sus poros, ensombreciendo la vida de Chihuahua por la ausencia del reconocimiento de la magnitud del problema y su correlato en la ausencia de alternativas para encarar la más profunda crisis de inseguridad que asuela a la entidad, inocultablemente ubicada en medio de una guerra despiadada. A la vez, se distingue -teóricamente- como un aspecto básico de una instancia gubernamental del estado, el problema de su comunicación política con la ciudadanía y la sociedad en general, no obstante en Chihuahua hemos estado a merced de una especie de neurosis a través de la cual se pretende ubicar como intocable a quien se piensa en la cima del poder. Ciertamente, no hay un culto a la personalidad como en los grotescos estilos de Martínez García y Duarte Jaquez, pero el gobierno, es decir sus burócratas de alto nivel, semejan un hormiguero que se mueve a tontas y a locas tan pronto se toca la delgada epidermis del ejecutivo. Volviendo a Tocqueville, el problema no es atender a lo que aquella dice, sino a como se le escucha. Pero el miedo mueve a lo contrario y entonces no habla la voz del que debiera ser un estadista sino la del planfetario o el agitador de plazuela, que no se hace cargo de la responsabilidad que tiene sin que ello signifique, en lo más mínimo y, cuando el caso lo amerite, las reconvenciones correspondientes y que para ser eficaces han de tener cimientos de verdad incontrovertible. Pero, de nuevo lo que se escucha es la voz del temor, que busca conspiradores antes que críticos, aún en la circunstancia de que los haya.

De la corrupción ni para que hablar, aparte de la pretensión de arrogarse lo que ha sido una lucha cívica de muchas manos y cabezas, se ha optado por una ruta en la que se llegó a la desmesura de confiar en Raúl Cervantes y en quemarle incienso a Peña Nieto, en lugar de ejercer una conducción de dimensión estatal -gobierno, movimientos ciudadanos y solidaridad nacional- para darle sustento y ponerle dique con pericia y contundencia, de nuevo el temor hace de las suyas donde el buen oficio político debiera estar presente. De ahí a los distractores, la frivolidad, las cortinas de humo, sólo hubo un paso y se dio.

El mundo de las finanzas no corre mejor surte, salvo que se piense que Carlos Slim venga con los auxilios de la circunstancia y se reestructuré una deuda que por otro lado pudo haberse resuelto de mejor manera, pero se optó por soluciones que se dictan en la Secretaria de Hacienda y Crédito Público. El temor al federalismo refrendó al burdo centralismo.

En el ámbito de la política, y de nuevo ante el miedo, se apeló al anti-lópezobradorismo, en lugar de privilegiar a los ciudadanos se opto por la propia partidocrácia: el PAN de Anaya, el PRD de la Barrales, los chuchos y los galileos y el MC del antiguo presidiario Dante Delgado.

Para mellar el aldeanismo recurrió a la alianza con lo más execrable de sus exponentes locales, justamente los que ayer siguiendo las indicaciones de Duarte Jaquez, quisieron descarrilar al propio hombre que encarna al miedo del gobierno. Una paradoja: estábamos en la aldea y el provincianismo extremo y ahora la agenda tiene que ver con los gustos de Corral por el golf, sus paseos, sus vacaciones, en fin, la bisutería de la que se vive en el día a día y, grave porque sin brújula no se puede navegar.

El síndrome del miedo se llama Duarte libre, Garfio en libertad, Jaime Herrera caminando de escritorio en escritorio por las oficinas públicas en los ratos libres que le deja su devoción religiosa, y también, pobreza, abandono del campo, régimen salarial de miseria, sindicalismo charro y muerte y pueblos en llamas.

Corral no se ha dado cuenta y su maltrecho equipo menos -muchos están ocupados por su próxima candidatura- que estar al frente de un estado con todas estas calamidades es igual a lo que le sucede a los marineros que tiene que reparar su barco en alta mar, no en la comodidad del astillero para reconstruirlo.

Los que fracasan en esto es porque quisieron devorar la historia pensando que la fundan, que son los conductores de una alborada, enajenados por un sentido de grandeza que ni se da, ni las circunstancias favorecen y que quedan hechos trizas cuando el síndrome del temor, en los términos del autor de La Democracia en América expuso cuando escribió –y lo hizo con brillantez– precisamente al abordar el tema del antiguo régimen para mayor consistencia de lo que aquí se sugiere.

Es la hora de un nuevo gobierno: ciudadano y sin miedo.