Hoy nos desayunamos con una noticia en el mundo de las finanzas: Carlos Hank González, el nieto del “profesor” del mismo nombre e hijo de Carlos Hank Rhon, crearon el segundo banco más poderoso del país, suceso de enorme magnitud si nos hacemos cargo de que gran parte de la banca –parasitaria y usuraria– está dominada por capitales que tienen sus cedes en otras partes del mundo, potencias capitalistas que prácticamente hacen de México un territorio colonial dentro del sistema bancario que predomina en el mundo.

El poderío de los Hank no se explica, de ninguna manera, sin su colusión con el poder político priísta y panista de los últimos años, que ha permitido una acumulación que convierte en grandes empresarios, capitalistas, banqueros o financieros a personajes que en una generación y media se convierten en todopoderosos por la sombra generosa y benevolente del poder y su corrupción política.

Lo que a un Rothschild le ha costado varios siglos para convertirse en portador de un apellido notable en las actividades bancarias y financieras, aquí en México se logra en menos de medio siglo. Hank I, empezó –un poco corrido el medio siglo XX mexicano– como un sencillo y desde luego hábil profesor de escuela y de ahí inició una vertiginosa carrera que lo llevo de una alcaldía a la gubernatura del Estado de México, a jefe del Distrito Federal y a recorrer las grandes secretarías de estado, a la vez que en menos de un cuarto de siglo creó un imperio económico que le permitió poner y quitar hombres y mujeres en el poder político a placer y a capricho. No pudo ser presidente de la república por una disposición constitucional que luego se le dispensó al botudo Vicente Fox.

Como ha dicho el periodista y escritor Jorge Zepeda Patterson, se convirtió en un intocable. Intocable que pudo decir, con sobrado conocimiento de causa, “un político pobre es un pobre político”. Carreras como las de los Hank, que por cierto están ligadas a estilos gangsteriles y que llegan hasta Chihuahua en las personas de la casa reinante de Delicias de los Baeza, sólo se explican bajo el presupuesto de un Estado en el que la corrupción y la impunidad se convirtieron en un régimen de privilegio y excluyente. Por eso ahora los Hank tienen en su poder el segundo banco más poderoso de México, con la validación de la Bolsa Mexicana de Valores.

Siguiendo ese ejemplo, pero en tiempos diferentes, César Duarte y Jaime Herrera Corral quisieron tener su propio banco y empoderarse bajo el lema de que en política, sin dinero, sólo se exhiben miserias. Claro que comparar a los de aquí con los de Atlacomulco es pretender comparar a Hermelinda Linda con Sofía Loren. A los delincuentes de aquí –los de allá también lo son– les faltó eso que Luis Buñuel llamó “el discreto encanto de la burguesía”. Quizá Marx hablaría de ellos como una excrecencia inmunda de la acumulación primitiva del capital, en plena época de la sofisticada globalidad imperial, en la que ya los obesos capitalistas de antes son los esbeltos y refinados señores del presente. No, quiero decir, devoradores de barbacoa hecha con carne de vacas robadas de procedencia neozelandesa.

Olvidaba decir, después de todo, esta fauna pertenece al PRI, que ojalá, con su hermanastro el PAN, se borren de la historia a partir del año que viene.