Se pueden tapar los ojos con los dedos de la propia mano, pero tapar el sol con un dedo es imposible. En el balance corralista sobre la inseguridad pública actuante y reinante en territorio chihuahuense, la nota fue el silencio. No hubo, como ahora se dice en términos propios de la contabilidad, balance de resultados, y hay una razón obvia: está contenida en un manojo abultado de actas de defunción, algunas que ni siquiera pueden contar con el nombre que en vida llevó el muerto. De ahí que no se pueda hablar de gobierno, en estricto rigor, cuando el mismo no garantiza ni la seguridad pública ni la vida de los que moran dentro del territorio estatal. Es una verdad sabida y ha servido para que politólogos destacados expongan sus tesis sobre el Estado fallido.

Si bien todo homicidio es detestable, hay unos que tienen características especiales porque evidencian de mejor manera la deplorable circunstancia en la que nos encontramos, con un fracaso de todos los aparatos de justicia, sin excepción, por más loas que Javier Corral le rinda a su invertebrado equipo (perdón por el oxímoron).

Es el caso de la emboscada en la que perdieran la vida el policía federal Julio César Báez y su señora madre, Celina Valdivia Limón. No me detendré en lo cotidiano: la hora, cómo llegaron los policías, acordonamiento del área, la siempre asistencia tardía de agentes y ejército, el escudo maruquista y el predecible vacío en el que todo esto caerá. No. Quiero subrayar cómo la violencia va abrazándolo todo y se da en los límites de los grandes conglomerados urbanos y el que une a Chihuahua con la ciudad de Cuauhtémoc y el importante corredor comercial e industrial que une esta ciudad con Álvaro Obregón. Es cosa de todos los días y no hay estado ni gobierno que la detenga. Federación, entidad federativa y municipio están postrados en el fracaso y en un laberinto tan complejo que hace pronosticable la ausencia de salida.

Frente a una realidad así, el discurso del gobierno local se llama silencio y la Ciudad de México está muy, pero muy lejos. No puede ser, la política de la avestruz es inadmisible hoy en Chihuahua. No hay estrategia y ese solo hecho huele a fracaso contundente. La rendición de cuentas, entendida como responsabilidad, debe afilarse; y si bien es cierto que no siempre la caída de funcionarios, el rodar de sus cabezas, no soluciona de fondo nada, al menos permite que los que no sirven ni dan resultados se vayan a donde menos daño hacen, que bastante caro le cuestan a los contribuyentes, que empiezan a visualizar todo esto como una profunda crisis humanitaria.

La última vez que conversé con Javier Corral Jurado, hace ya más de un año y todavía en calidad de electo, le recomendé la lectura de la notable investigación de Andreas Schedler, un distinguido austriaco-mexicano que se contiene en un libro estupendo por su información e interpretación. Se trata de En la niebla de la guerra. Los ciudadanos ante la violencia criminal organizada, que creo haber escudriñado en sus detalles. Ignoro si mi bibliográfica recomendación se tomó en cuenta, más cuando se la hice a un político y consiente de que es poco lo que acostumbran leer. Pero me temo que no haya tenido éxito, porque desde el Cerro Grande de Chihuahua, muchos muertos nos contemplan.