A contrapelo de la narrativa del entrañable José Saramago, la noticia de que los panteones municipales están prácticamente saturados es un tema que en Chihuahua no pertenece a la ficción, sino a la puritita realidad. El dato revelador es que algunas tumbas cuentan con hasta dos y hasta tres finados y que en fechas recientes muchos cuerpos son resultado de los homicidios ejecutados en la ciudad de Chihuahua, principalmente, por diversos grupos criminales.

Era impensable hace un año que estas cifras formaran parte de la ecuación corralista. La expectativa mayor, la de llevar a la cárcel al “vulgar ladrón”, no se ha concretado; el Vivebús y el transporte público en general subió tarifas y sigue con el mal servicio; la educación sigue rezagando a aspirantes, ni es laica, ni es gratuita; no hay obra pública pero si más deuda, aunque al igual que su antecesor, le llamen de otro modo.

Pero es la inseguridad pública la que mayor preocupación ha generado, especialmente por los homicidios más cruentos ocurridos en la ciudad y en algunas zonas de la sierra, como Madera, donde todavía se disputan a sangre y plomo espacios los grupos criminales. El tono de la violencia recuerda el terror vivido en el sexenio pasado y la equiparación de circunstancias suele borrar cualquier filia política, por muy efímera que esta sea.

Tal vez –no lo sabremos– fuera preferible el caos que generara la ausencia de muertos y ojalá fuera hoy como en Las intermitencias de la muerte, un mundo sin muerte, o un país, o un estado.