No tan sólo hay estados fallidos, también hay partidos que tienen esa clasificación. En México el PRD es un ejemplo proverbial. Surgido al calor de la insurgencia cívica de las elecciones de 1988, se le caracterizó como una organización instrumento de los ciudadanos. A la hora de firmar su acta fundacional, muchas organizaciones, políticas y sociales de la izquierda del país, por fin, se daban un brazo democrático para participar casi de manera unánime en los procesos electorales.

Afluentes llegaron de muchas partes. Hoy, con justicia se reconoce el papel de los rupturistas Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo. Pero con algo de injusticia se olvida la solidaridad política de Arnoldo Martínez Verdugo, Gilberto Rincón Gallardo, Pablo Gómez y otros, que generosamente pusieron al servicio de la nueva organización partidaria el registro legal del antiguo PCM –producto de muchas batallas–, sus bienes y un rico patrimonio político aportado por hombres y mujeres que entregaron lo mejor de sus vidas en no pocas disciplinas para que los ciudadanos tuvieran instrumentos de lucha, democráticos, socialistas, en un país corrompido por el PRI, el neoliberalismo, el corporativismo, el clientelismo, y tantos “ismos” que han desfigurado a nuestra república.

En el PRD original muchos hombres y mujeres invirtieron su capital político; las camarillas, en cambio, se fueron quedando con todo, lo desmantelaron y lo convirtieron en un jugoso negocio en el que las peores prácticas políticas tomaron carta de naturalización. Por eso gran parte de sus mejores dirigente y su activa reserva que continúa en la batalla se encuentran fuera del partido del sol, llamado incorrectamente “azteca”.

Las palabras anteriores sirven de recordatorio, de premisa mayor, para explicar lo que sucede hoy en ese partido a la hora crucial que vive México, en la perspectiva de las elecciones generales del año 2018. La dirección actual del partido –administradores, los llama Pablo Gómez, en memorable carta– persisten en entregar al PRD al adversario, al adversario de fondo: a los que sostienen el modelo autoritario, desfiguran la república, trasgreden las instituciones, le dan aliento al neoliberalismo excluyente, son los que quieren vivir del discurso de una izquierda deslavada, cómplice del PAN, de Fox, de Calderón, y de Anaya. Son, en el PRD, los que se regodean por pertenecer a la clase política y sus privilegios, los que no dudan en alcanzar un cargo de elección popular, luego heredarlo a la esposa, para volver a asumirlo después. Son los que no entienden que un partido de izquierda democrática, prefigura un nuevo modelo social, de amplia deliberación y participación ciudadanas y, particularmente, de justicia social para acabar con la desigualdad, la discriminación y el cáncer de la corrupción.

Son los perredistas que en unos días más quieren ir atrás de la candidatura presidencial de Anaya, Moreno, Valle, Margarita Zavala, o de quien escojan y decidan los intereses que representa el PAN, porque sueñan que la derecha pueda compartir esa posición política. La derecha no juega con estas cosas, ellos tienen la baraja en la mano y se reservan los jacks, las queens, los kings y los ases, y lo digo en inglés para recordar que Trump también tiene algo que ver en estos menesteres. Algunos se agrupan bajo el nombre del gran Galileo como diciendo: y sin embargo nuestros negocios se mueven, hasta Javier Corral los patrocina.

Alejandra Barrales es la grotesca presidenta, que llegó como sapo a la casa perredista, se creyó con tantos fueros, y simplemente se infla para eliminar lo que queda de resistencia en el partido del 6 de julio. Nunca antes líder partidario le había hablado con mayor cretinismo a sus correligionarios, les dijo: “Los que se vayan a ir, váyanse ya y pronto”. Es una actitud que denota carecer de limites éticos y políticos. Se le olvidó que, aunque sea de nombre, el partido, que en mala hora encabeza, se llama de la revolución democrática, no como sugiere su actitud, de la regresión oligárquica.

Va a batallar la señora Barrales. La elocuente carta que le dirigió Pablo Gómez recientemente, contiene verbos que se van a hacer carne.

Que fácil es, para la albacea Alejandra Barrales, querer apoderarse del caudal hereditario, que algo le toca de esa masa, pero que no se quiera quedar con todos los bienes del inventario.

Por mi experiencia de abogado sé que los pleitos más enconados son por las herencias. Se le olvida esto a la Barrales, que hoy en mala hora dirige al PRD –organización que en su momento fue toda una promesa–, y ahora, con sus deleznables actos, contribuye poderosamente a que se torne en institución fallida. Su oficio es la de enterradora, de muertera. La política convertida en agenda de funeraria y de abogados que se roban los bienes que integran la herencia y los legados.