Fue un informe faccioso. En verdad poco, por no decir nada, llamó la atención el reciente informe presidencial de Enrique Peña Nieto. México no se reconoce en sus palabras. Los informes ya ni siquiera tienen el encanto litúrgico de otros tiempos, menos el carácter de disidencia que alcanzaron en el momento posterior al quiebre de finales de los 80. Hoy vemos a través de las cámaras el paso macilento de una clase política, consciente de que sus días están contados. La nota queda remarcada en la coyuntura por el vulgar reparto de espacios de poder: Ernesto Cordero a la presidencia del Senado, como antesala para que Raúl Cervantes se convierta en fiscal transexenal del peñanietismo. La clase política PAN-PRD-PRI se mostró de cuerpo entero dejando ver lo que ya todos sabemos: su afán de poderío sin limites y desvinculado totalmente de los intereses nacionales.

A Peña Nieto, en su desesperación, no le quedó más rumbo que transitar a la facciosidad. Si a alguien representa es a la casta burocrática corrompida; por eso su discurso continuista, que partiría de la nada, porque su gobierno sólo deja pasivos, para llevar a la nación hacia una confrontación, que se anuncia con la pretensión de agarrarse a veinte uñas del poder, porque saben que prácticamente que ya se les acabó. En pocas palabras, Peña Nieto convocó a una Santa Alianza PRI-PAN-PRD, para enfrentar el volcán popular que empieza a hacer erupción… y los barrerá.

Así sucede cuando los gobernantes carecen de visión de estado y se refugian en sus facciones, en este caso, las que respaldan el régimen de corrupción e impunidad, que debe desaparecer de la faz de México.