En el discurso inaugural de la administración corralista, que ahora circula en folleto bajo el título “La solidaridad como rostro social del amor” (¿Antonio Pinedo prepara las obras completas?) se puede leer: “He ofrecido a todos los chihuahuenses llevar a la justicia a César Duarte y sus cómplices (…) para nosotros la verdadera reconciliación pasa necesariamente por la verdad y la justicia”.

Palabras, palabras, palabras, diría el clásico inglés. Los tercos hechos dicen que en Chihuahua hay una galopante operación política para la co-habitación PAN-PRI. El rostro de esa verdad y justicia –lo digo sin ironía– se llama Karina. Eso pasa cuando el partido gomezmorinista está en estado de guerra con su viejo enemigo el PRI, qué no pasará cuando recién se celebraron las nupcias que han llevado a la diputada priista a la presidencia del Congreso local de esta aldea, que dando un brinco al universo sólo alcanzó a llegar a la colonia Dale de la ciudad de Chihuahua, donde están las majestuosas oficinas del PRI, que se edificaron con cargo al erario y despojando a los campesinos de su casa.

Es un baldón, una deshonra, abrirle el paso a ese cargo a una destacada figura del crimen organizado duartista, que además es investigada por sus delitos –Steffany Olmos dixit–, por una parte, y que está en proceso la grave falta de financiar al PRI con base en el despojo de los sueldos de los funcionarios. Las palabras corralistas van en caída libre por su falta de consecuencia, porque son retórica, porque no ha entendido que hablar mucho también obliga a tener buena memoria política. Cuando Corral dijo que no tenia “bola incómoda” con la Velázquez, lanzó un claro mensaje que tampoco la tiene con la reconciliación que propuso, mediada por la aplicación de la justicia a quienes tiranizaron y robaron a Chihuahua.

Son pamplinas venirnos con el cuento de que al PRI le tocaba la presidencia, que en la rotación de ese poder la alineación de todo miraba hacia Karina Velázquez. Cuando la verdadera razón es que sólo facilitó un reacomodo político y electoral al PRI. Como si no supiéramos que la dependencia del poder Legislativo continua como en los peores momentos del autoritarismo, convertido en una simple intendencia, una oficialía de partes y un matasellos.

Al unísono, los dedos de los diputados del PAN y el PRI se levantaron para votar por la cómplice del duartismo. Con ellos, también el satélite evangélico del PES, que cuenta con un solo diputado, ya doctorado en malas artes.

Este fenómeno, para nada viejo en la historia del PRI y del PAN, es producto de la claudicación de Corral con sus propios compromisos, contraídos por su entera voluntad buscadora de votos. Es un atraco a la ciudadanía que vino a mancharlo de manera contundente e indeleble. Negoció con un partido en decadencia que le ganó a la hora de barajar las cartas, repartirlas y perder la partida.

Un colofón de esta historia es que el famoso “modelo Chihuahua” que presumen al unísono Javier Corral y Ricardo Anaya es una monumental falacia de hormigón. O dígalo usted lector, la famosa alianza ciudadana sólo parió diputados panistas y captaciones (¿cooptaciones?) Cargos públicos para claudicantes, que además apestan a incienso de dos o tres sacristías.