La transición mexicana, tengo años señalándolo, ha sido larga y acompasada y no pocas veces vista con un puerto inseguro. Sus principales obstáculos cuyos rostros son el partido de Estado, el corporativismo, el clientelismo, el resolver los grandes problemas en agencias informales, el tener al derecho como simple retórica y no tomar un compromiso con él, y la cultura política dominante, están presentes en cuanto rincón observemos.

Eso crea desaliento para seguir adelante y sofoca la posibilidad misma de ir construyendo y consolidando ciudadanía. En los mitines de los 80 en Chihuahua, era frecuente escuchar que a México le faltaban sociedad y derecho y le sobraba Estado. Los herederos de ese tiempo preciso, o no oyeron esas palabras o simplemente no las asimilaron y por tanto no las acatan. Prefieren refugiarse en el Estado, lo que es mucho; en realidad ni en el gobierno se instalan, sino que lo hacen en los puestos de poder que ocupan circunstancialmente y en no pocas ocasiones a través de componendas que se fraguan en la oscuridad.

No quiero ser muy ambicioso con este texto, simplemente en el país y en las regiones donde ha sido posible desplazar al PRI, o en el país entero durante dos sexenios, no se ha hecho, no se ha intentado. Y entonces el PRI regresa por las puertas de atrás y de adelante, por las ventanas, por los sótanos, por los pasadizos secretos, y cuando esas vías no funcionan, hasta por los poros mismos de las sedes palaciegas del poder. Como la gota que horada a la roca, saben penetrar.

Ese es el drama que vive Chihuahua ahora, en la que los patricios, los reyes y los omares regresan por sus fueros. Pero no solo, también la vieja política del compadrazgo y el amiguismo se cuela por el mundo de los negocios y las licitaciones. ¿Ver para creer? No, ese churro ya lo hemos visto en varias pantallas de plata, podría llamarse buñueluescamente Los poros del PAN.