Nuestros políticos –ni modo, son nuestros– debieran entender que es vano hacer con más lo que se puede hacer con menos. Esta recomendación beneficia, en primer lugar a la sociedad y atañe de particular manera a quienes gustan de la oratoria o la retórica. En la historia de la filosofía esta enseñanza llega por varios afluentes a la lógica y a las técnicas de la argumentación. Hay quienes la llaman ley de la parsimonia y, las más de las veces se le conoce como la navaja de Ockham, el famoso franciscano medieval. La conseja es que la explicación más sencilla es probablemente la más correcta.

Pero eso está lejos de la práctica y de los hábitos de los políticos mexicanos. O se enconchan en el hermetismo, o se consideran sagrados de tal manera que hasta la simple pretensión de interrogarlos la aprecian como herejía, o aprovechan la oportunidad para dictar cátedra, las más de las veces abordando temas que no vienen al caso con ánimo presuntuoso. Es el caso de los que gustan de los largos y floridos parlamentos.

Estos dos párrafos precedentes los pongo a manera de cuadro, marialuisa y vidrio, cuando sea necesario, y de preferencia antirreflejante, por aquello de los narcisos que no pierden la oportunidad de verse a sí mismos.

El jueves de la semana que recién terminó se difundió que Javier Corral Jurado agredió a una periodista juarense a la que según la versión que corre la golpearon en la quijada los guardias del represor y homicida capitán Escamilla, guardián a tiempo completo del político que hizo esa adquisición en los restos del patriciato. No fui testigo presencial del hecho, el video que se ha publicado ciertamente es precario. Se trata de un suceso que en la medida de lo posible debe esclarecerse con exactitud y a profundidad. La razón es sencilla: Corral tiene contradicción fuerte con los medios –no carece de razones– pero los reporteros y las reporteras y en general quienes ahí se desempeñan en la riesgosa profesión, simple y llanamente realizan su trabajo y no han de estar expuestos a este tipo de incidentes. Tampoco han de sufrir la discriminación que se origina en tasar si es la CNN, Televisa y los otros. Javier sabe de cierto que así como no hay adversario pequeño, tampoco hay medio pequeño.

Supongamos que Corral no realizó la acción que se le imputa, que nada aconteció. Basta, entonces sacar la navaja de Ockham y aclarar. Pero no fue así. Para él todo eso fue “falso”, “calumnioso” (acusación falsa hecha maliciosamente para causar daño, recuerdo la definición) y “vulgar”. Falsedad, calumnia y vulgaridad, cuando lo recomendable es la sencillez y no acrecentar la conflictividad y, hay que reconocerlo, la intolerancia que pagan los que andan taloneando la nota, como se dice en el argot, mientras los propietarios de los medios están en su escritorio al asecho de este tipo de oportunidades.

Y si el dislate del político carece de pertinencia y oportunidad, el de Antonio Pinedo está muy por debajo de las jefaturas de prensa de los tiempos del autoritarismo; se hace mal la tarea tanto por el de arriba como por el subordinado.

En todo esto juega mucho la vieja afición de Corral por la oratoria, por sentirse que está en tribuna frente un auditorio, o dictando cátedra exhaustiva, cuando de lo que se trata es de respuestas puntuales y sencillas. O sea, practicar la recomendación del franciscano, más cuando a él le gusta estar donde se expenden hostias y se respira incienso.

Cuando llegué a conversar con Javier Corral sobre este tema –hablo de la retórica– le recomendé la lectura del clásico y divertido libro de Aristóteles y sus tres claves que hacen persuasivos a los oradores: 1) la sensatez; 2) las virtudes esenciales: claridad, corrección lingüística, adecuación, elegancia; y 3) benevolencia. Creo sólo haber cosechado lo que está en medio.

Ockham, ven a Chihuahua. Al menos por tu orden serás bien recibido. Hasta le darás tema a Maclovio Murillo para que estudie barruntos de laicismo:

Reporteros y reporteras: insistan y persistan. Hay muchos municipios de Madera que lanzan interrogantes a la agenda pública.