El tema del juicio político contra César Duarte llega sin el auspicio de la oportunidad temporal, política o ciudadana. Hace meses debió actuarse contra la tiranía justo cuando ésta se encontraba en la lona, y justo renuevan ese mecanismo en un momento en que las inconveniencias electorales alcanzan incluso a quienes pretendan, desde el poder, darle sentido a uno de los instrumentos poco explorados por la sociedad organizada, como ocurrió en el sexenio de Reyes Baeza contra su antecesor, Patricio Martínez García.

Para nadie es un secreto que fue el propio Duarte el que desde la curul que ocupaba entonces en el Congreso del Estado defendió a capa y espada a su padrino político; el resultado también ya lo conocemos: el entonces diputado local se transformó en cacique y el exgobernador obtuvo después su premio con una senaduría en la que ha aprendió a dormir en público, a gritar, a imitar a Juan Gabriel (ídolo de ambos) y a subirse a una reja de manzanas para reclamar fondos para el campo y tierra y agua a los norteamericanos. A pesar de contar con todos los elementos legales y argumentos políticos a favor, la comisión ciudadana que preparó el juicio político fue derrotada junto con los legisladores que dimos la pelea en tribuna. Por eso, a la postre, escribí el libro y elaboré un historial en video denominado El crimen sí paga, porque entonces como ahora la impunidad, socia de la corrupción, sigue campeando en nuestra entidad.

Por otro lado, por qué juicio político solo contra Duarte, habiendo tantos funcionarios partícipes de la corrupción del sexenio anterior y demasiados testigos protegidos que, paradójicamente, viven hoy al amparo del gobierno que pretendía arrojarlos a los brazos fuertes de la justicia. Sería deseaba que si el asunto va en serio, se tomara en cuenta la inclusión de los pillos que gozan de impunidad por obra y gracia del verdugo.